De la resaca electoral de Euskadi, aún se desprenden centellas, zarpazos y desvaríos. Las tripas del poder de mayoría absoluta no digieren la derrota, y la indigestión se resuelve en alucinaciones y pestilencias. Que el nacionalismo democrático haya abatido a los paladines conservadores más conspicuos de la Corte es cosa de malandrines. Para justificar su fracaso, José María Aznar no ha tenido pudor en declarar que los vascos no están maduros. El hecho de que una afirmación así, rotunda y descalificadora, la protagonice, no ya el líder de un partido político, lo que constituiría una impertinencia intolerable, sino el propio jefe del Gobierno resulta atentatorio contra el ejercicio de la libertades de todo un pueblo. Y poco constitucional, paradójicamente, para quien alardea, con tanto énfasis, de constitucionalista. Conviene aquí recordar que 'en un artículo periodístico escrito en febrero de 1979, [Aznar] se mostraba comprensivo con la abstención del referéndum de la Constitución del 6 de diciembre de 1978': sospechaba de las autonomías y de las 'tendencias gravemente disolventes agazapadas en el término nacionalidades'. Años después, gobernaría con el apoyo de esas nacionalidades, a las que no les hizo ascos. Eso, hasta que consiguió la mayoría absoluta.
Por supuesto, cualquier persona tiene todo el derecho del mundo a evolucionar y a involucionar. Sólo que la involución es una regresión, una vuelta atrás. Pero, ¿hasta dónde de atrás? Hasta mucho y aún no se ha echado el freno. Obsérvese si no cómo anda el patio interior de finas y enmascaradas represalias, y contemplen seguidamente esa Unión Europea, capitalista y neoliberal, donde el Gobierno de España cuenta casi para nada. Le quedan Austria y más recientemente Berlusconi, Il Cavalieri de la mano en la bolsa, a quien Aznar se apresuró a felicitar: era el encuentro en la cúpula y en la cópula de la regresión. Berlusconi sí está bien maduro, y no como los vascos -o los madrileños, o los valencianos, o los andaluces, mañana- incapaces de producir el 'fruto adecuado'. Y es que Berlusconi es a Mussolini, como Aznar es a X. Despeje la incógnita, y cortando.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 23 de mayo de 2001