Es gordo, verde, feo, eructa, le gusta revolcarse por el lodo y ya tiene más de 45 millones de dólares (más de 8.000 millones de pesetas) en el bolsillo. Es Shrek, la última criaturita de los estudios Dreamworks, el largometraje de dibujos animados que está arrasando en Estados Unidos con toda la parafernalia de promoción que acompaña este tipo de estrenos. Hay muñecos Shrek hasta en los helados.
El filme es un cuento de hadas pasado por el turbomix. Shrek, un ogro huraño pero bueno, debe rescatar a una princesa para devolver la paz al reino donde viven los tres cerditos, Caperucita Roja, el lobo y otros clásicos. En inglés, Shrek tiene la voz de Mike Myers; Donkey, el Sancho Panza de turno, es Eddy Murphy, un burro que habla por los codos, y Cameron Díaz interpreta a la princesa Fiona, experta en artes marciales.
Ésta es la quinta incursión de Dreamworks en el que, hasta hace poco, era el coto cerrado de Disney: los dibujos animados de gran presupuesto. Primero fue El príncipe de Egipto, la historia de Moisés; luego Antz (Hormigas), que consiguió juntar las voces de Woody Allen y Sharon Stone en un sorprendente (y sin duda poco fotogénico) romance; le siguieron La ruta hacia El dorado, el único fracaso comercial, y Evasión en la granja (Chicken run), la peculiar revuelta de un gallinero inglés.
El productor de Shrek, Jeffrey Katzenberg, uno de los tres cabezas de Dreamworks, junto con Steven Spielberg y David Geffen, fue uno de los máximos responsables de los estudios Disney hasta 1994 y lanzó al mercado éxitos de la talla de El rey león y La sirenita. Desde el principio, Dreamworks se impuso como meta competir en el lucrativo mercado de las superproducciones animadas, que tienen la ventaja adicional de poder transformarse en toda una parafernalia de juguetes e incluso parques de atracciones.
Cannes redescubre los dibujos
Shrek ha sido el primer largometraje animado que ha competido en el Festival Internacional de Cine de Cannes desde que lo hiciera Peter Pan en el año 1953. Shreck, personaje salido de los libros de William Steig en los que no es precisamente un héroe en todo su esplendor, utiliza ojos en lugar de aceitunas para beber sus martinis, tiene mal carácter, le encantan la vida de eremita y los baños de lodo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 25 de mayo de 2001