Santiago Oleaga, casado y padre de dos hijos, director financiero de El Diario Vasco desde 1979, pertenecía al grupo de directivos que ha hecho posible el despegue económico de Guipúzcoa, pese a las difíciles circunstancias impuestas por ETA. 'Era un trabajador incansable, austero consigo y con la empresa: el que nos apretaba los cascos a todos', dice una compañera. 'Era el bastión de El Diario Vasco', apunta el vicepresidente del periódico, Vicente Zaragüeta.
Oleaga nació en Durango (Vizcaya) en 1947 y cursó Ciencias Empresariales en la Escuela Superior de Técnicos de Empresa (ESTE) de la Universidad de Deusto en San Sebastián. El pasado 11 de mayo se reunió con sus compañeros de la 11ª promoción en la sociedad Itxas Gain de Deba (Guipúzcoa) y ganó la partida al mus. Era un vasco corriente, amante del deporte y nacionalista sin partido. Participó en las grandes movilizaciones estudiantiles contra el franquismo, entre 1966 y 1971. Hizo huelga y se movilizó contra los estados de excepción y las penas de muerte del entonces miembro de ETA, Andoni Arrizabalaga, y de los condenados en el proceso de Burgos.
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Oleaga empezó a trabajar en El Diario Vasco como jefe de Administración en enero de 1979. Gracias a su 'eficacia, honradez y escrupulosidad', en palabras de un compañero, fue nombrado director financiero sólo nueve meses después. Desde entonces, vivió volcado en su trabajo, su familia y dos de sus grandes aficiones: la bolsa y el deporte.
'Nunca hablaba de política y no se sentía amenazado', coinciden sus amigos. Quizá, agregan, porque se consideraba trabajador antes que alto cargo. 'Él se preocupaba por las subidas del precio del papel o la situación de la Real Sociedad, aunque era vizcaíno', explica un empresario. Por eso nunca llevó protección, ni dejó que la sombra del terrorismo alterara su rutina. Iba a trabajar caminando o en bicicleta y, en sus días libres, paseaba con Amaya, su mujer, por San Sebastián y jugaba a pelota. Hace tres semanas sintió una molestia en un hombro y decidió tratarse en la Fundación Matía. Hasta allí le siguió el ojo vigilante de ETA.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 25 de mayo de 2001