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COLUMNA

Paisajes

Hay unas páginas de El cantor vagabundo en las que Pío Baroja reivindica el paisaje como patria. La patria, dice Baroja, 'es lo que se halla de bueno y amable en el país donde se ha nacido y se vive, el color del cielo y del campo, la manera de cantar que tienen los pájaros, la manera de sonreír que tienen las mujeres y el modo de jugar que tienen los chicos'. Luego todo se enreda y al paisaje le crecen barbas, mugas, torres de alta tensión, hipermercados, autobuses, semáforos... Y enseguida aparecen paisanos que se empeñan en hacerlo su finca, su chalé adosado, su cuartel general o su colonia. La vieja afirmación de que, la patria puede ser el refugio de todos los canallas no ha perdido vigencia, no hay más que leer la prensa, echar una ojeada a los libros de historia o encasquetarse el walkman de las voces ancestrales, buena banda sonora para una de terror o para un western, buena psicofonía chunga, vive Dios.

Lo bueno del paisaje es que es de todos los que saben mirarlo, de todos y de nadie, porque nadie, además, puede ni debe verlo con los mismos colores y de la misma forma. Lo sabía muy bien Iñaki Pangua, que había dedicado lo mejor de su esfuerzo y su talento a mostrarnos desde las altas nubes la tierra que pisamos. Miraba por nosotros, volaba por nosotros subido a un Ecuriel 355 N para mostrarnos que las cosas no son lo que parecen, que pueden ser mejores y más bellas a poco que elevemos la mirada. Convertía los campos roturados en lienzos, el cultivo en cultura con el ojo sin párpado (que era su tercer ojo o su glándula pineal) de la cámara.

Tuve la suerte hace unos cuantos años de colaborar con él en el programa En el cruce. Pude observar el ojo transparente de Pangua, el ojo abierto, alerta, que lo filtraba todo, que buscaba la luz imposible con sed de naúfrago, a lo mejor con sed de periodista (el periodismo televisivo puede, debe ser otra cosa).

Quería que le hablase del Bilbao literario de hace un siglo. Le conté la película, pero él pedía otra cosa, me pedía un paisaje. No sé si supe dárselo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de mayo de 2001