Estaba en una provincia, leía en el patio del parador y del salón me llegaban los ruidos del partido histórico. Antirruidos: gritos de decepción por cada gol del Madrid. Rabiaban gentes de distintas ciudades, incluso habitantes antiguos de Madrid. Lo veo siempre en otras ciudades: son barcelonistas, personas que nunca soñaron en catalán y nunca fueron a Barcelona: y es que es 'el otro'. Ven en el Madrid el enemigo prepotente. Cuando se vio la marcha triunfal y 50.000 personas gritaban el tonto '¡Oé, oé!' los comprendí, dentro del fastidio que me produce la pasión, el pensamiento y la garganta exaltados por lo que no es nada. Debe ser algo: se sienten aplastados por Madrid y lo reflejan así. Yo me he sentido aplastado por España entera, y sigo sintiendo esa falsa sensación si me veo acosado y dañado por españolistas que no osan decir su nombre, o por constitucionalistas que sí se atreven y toman esta Constitución como si fuera la de Cádiz o la de la 'república de trabajadores' de 1931, y no la pactante y monárquica de la transición.
No son nacionalistas mis interlocutores en el sentido que a mí me parece aciago: el de la fragmentación, que me preocupa porque siempre creo que nos deshacen en luchas por sexismos, generaciones, gremios, formas de transformar el bajo latín o los idiomas de otros ocupantes: rompen reivindicaciones generales. Estos nacionalistas naturales están apegados a su tierra: por un monocultivo, un dulce, un pescado rico de su costa, una canción, un instrumento de música o un color de pelo de mujer; por el retablo de su iglesia, y un licor que es una rareza en el mundo. Yo soy de ellos cuando estoy y como y vivo y miro. Cuando se refleja en su equipo, es parte de esas reivindicaciones: si es sólo contra otro, supone que lo identifican con una forma de opresión. Recuerdo los años tontos en que en Madrid se amaba a ese mismo equipo y se detestaba al otro, el Atlético, por una estupidez supina: el Atlético Aviación (así se llamaba y estaba dirigido por el Ejército del Aire) era de quien nos bombardeó y nos venció; y el Madrid llevaba el nombre de la ciudad bombardeada, resistente, un poco roja. Aquella ficción me hace entender las mezclas de valores reales y ficticios, sueños y realidades. Quizá detesto el fútbol por buscar una de esas grandes resistencias inútiles.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 29 de mayo de 2001