No sólo reivindica el dolor de los pueblos, la calma, el temple en el análisis de lo que le rodea, el polaco Krysztof Penderecki es el gran valedor hoy en día de una forma musical que parece en declive para los nuevos creadores: la sinfonía. Recientemente estrenó en el Teatro Real de Madrid Las siete puertas de Jerusalén, obra que él considera la séptima de sus sinfonías y que intérpretó incorporando uno de los instrumentos que inventa, un tubáfono, hecho con madera y PVC, ya que, según él, 'no se puede crear nada nuevo hoy con instrumentos de hace 300 años'. Lo hizo en medio del respeto del público español, que le recibe con entusiasmo desde hace más de treinta años. Aquí ha intérpretado muchas de las cumbres de sus 51 trabajos compuestos hasta la fecha, buena parte de los cuales se pueden encontrar en disco y que buscan a menudo la inspiración religiosa, faceta en la que destaca, mezclada con su vocación innovadora. Prueba de ello son, por ejemplo, su Réquiem polaco, La pasión según san Lucas, su Trenodia por las víctimas de Hiroshima y sus cuatro óperas: Los demonios de Loudum, Paraíso perdido, La máscara negra y Ubu rey.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 31 de mayo de 2001