Hace años, quizá toda mi vida, leo que la izquierda está 'trasnochada'; quizá 'obsoleta'; insisten en la pérdida de noción de izquierda y derecha. La literatura especializada crece estos días porque alguna brevísima izquierda pareció contrariada por el 'fundamentalismo democrático' (Cebrián) que vieron en la campaña vasca. Leí ayer una escritura sobre el caso: los 'paralelos sentimentales' (salvando la errata: 'paraderos') 'han dejado de reflejar el mundo actual': y los de la izquierda (en cursiva siempre en el original: como cayendo hacia la derecha) sufren un 'derrumbe irremediable' de cuatro 'tópicos falsos', que mantienen unos 'invertebrados o desinformados', más bien 'rencorosos', 'victimistas', 'resentidos', con 'fusibles fundidos'. Qué curioso odio, qué autodepuración (todas las citas son de Antonio Escohotado, en El Mundo, ayer).
La izquierda no ha sido nunca actual. Ha vivido, pensado, trabajado, conspirado o padecido (de ahí su 'victimismo', como si no pudiera compadecerse de sus fusilados) bajo fundamentalismos clásicos en España: esta disidencia dura todos los siglos. Y los pensamientos únicos y parálisis de historia. Hay dos izquierdas básicas: la de clase y la intelectual. La de clase no puede hacer más, y ahora está cercada, aislada y fragmentada: sólo se habla de ella entre los que viven bajo los límites de la pobreza; muchas más están levemente por encima. Y los inmigrantes, que mueven lo que pueden llamar 'sentimentalismo'. A mí qué más me daría que arramblaran cada madrugada con un montón de negros africanos y los metieran a la fuerza en aviones hacia tierras inmundas: pero soy un sentimental. Primum vivere, deinde philosophare, aunque hay pruebas de que pueden ser actividades simultáneas.
La izquierda intelectual se mantiene sobre ese sentimiento: se sufre por otros. La tontería, muchos escaparon de ella y consideran esta actitud como un avance elástico. La izquierda sentimental se queda atrás. Igualdad, fraternidad, libertad: ridículas gentes con gorro frigio apolillado. Payasos. La libertad es de quien manda. Y la democracia. Hay que ser imbécil para no avanzar hacia la derecha. Si se tiene muchos años, es que el tío 'se ha quedado en sus tiempos': la momia. Ojalá mis tiempos hubieran venido conmigo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 31 de mayo de 2001