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Reportaje:

Cientos de miles de chinos han contraído el sida por vender su sangre al Gobierno

Cientos de miles de chinos se han contagiado de sida por una práctica corrupta de compra de sangre

Wenlou es un pueblecito agrícola de la provincia china de Henan, unos 800 kilómetros al sur de Pekín. De sus 800 habitantes, más de 500 están infectados por el virus del sida. Sin medicinas, sin información y sin dinero. Sin un solo comprador para su arroz, su maíz y su algodón. Están muriendo a razón de 40 personas al año. Pese al espeso silencio que el Gobierno ha impuesto sobre el asunto, no cabe la menor duda sobre la fuente del contagio. Hasta la primera mitad de los años noventa, los habitantes de Wenlou vendieron su sangre a las autoridades sanitarias locales, a 700 pesetas el medio litro. Al parecer, no se limpiaban bien las agujas.

Wenlou no es un caso aislado. La práctica de la venta de sangre era muy común en esa zona hasta 1996. Sólo en la provincia de Henan había hasta esa fecha 287 estaciones de compra de sangre oficiales, y muchas otras ilegales. Las fuentes difieren en sus estimaciones sobre el número de personas que pueden haberse contagiado de sida en la provincia por culpa de las malas prácticas sanitarias en esas estaciones. Unos hablan de cientos de miles. Otros de un millón.

Siete habitantes de Wenlou han recorrido esta semana los 800 kilómetros que separan su pueblo de Pekín, en busca de algún tratamiento, o al menos de alguna publicidad para su tragedia. El miércoles lograron hablar con los periodistas occidentales de la capital china. 'Sabemos que vamos a morir', les dijo una mujer que prefirió no dar su nombre, 'pero esperamos que la persona responsable, el que recogía la sangre, sea arrestado'.

Otros dos jóvenes de Wenlou, cuyos padres han muerto ya, narraron que los técnicos les sacaban la sangre, la mezclaban toda en un gran recipiente, extraían el suero y luego les reinyectaban el resto del material. El extravagante procedimiento, según esta versión, pretendía aliviar el temor de los donantes a perder su energía con la sangre extraída. Otras versiones hablan de agujas reutilizadas. Lo único seguro es que una altísima proporción de los donantes han resultado contagiados.

La sangre se vendía a compañías farmacéuticas, que usaban el suero para fabricar productos derivados. No está claro para qué se han usado esos productos, ni a cuánta gente han podido afectar. Varias versiones coinciden en que se trataba de un negocio lucrativo para las autoridades locales. Ahora, ni los seropositivos ni los enfermos reciben ayuda oficial alguna. Ni siquiera reciben información oficial. El Gobierno considera el caso 'materia sensible'.

El Gobierno de Pekín sólo admite la existencia de 22.517 seropositivos en toda China, y asegura que la mayoría de ellos son drogadictos. La cifra oficial es, sencillamente, grotesca. Sólo en España hay 120.000 seropositivos. Expertos del ministerio chino de Sanidad, citados por la agencia Reuters sin identificarlos, calculan que hay en el país 'más de 600.000' seropositivos. Los cálculos de la ONU son que, en un plazo de cinco a diez años, habrá en China cerca de 10 millones de personas contagiadas si el Gobierno no toma las medidas preventivas necesarias.

Pero la actitud del Gobierno chino no deja resquicios para el optimismo. Si los habitantes de Wenlou han tomado conciencia de su situación no ha sido gracias a ninguna instancia oficial, sino al coraje de una mujer, Gao Yaojie, una ginecóloga retirada de 74 años que ha emprendido una verdadera cruzada personal para informar a los agricultores de la provincia de Henan de la gravedad de la situación. Y para intentar forzar al Gobierno a afrontarla.

Difícil objetivo. El miércoles, el Gobierno chino denegó a la doctora Gao el permiso para viajar a Washington, donde debía recoger un galardón de manos del secretario general de la ONU, Kofi Annan. Se trataba del tercer premio Jonathan Mann de Salud y Derechos Humanos, concedido por el prestigioso Global Health Council.

Gao se ha gastado su pensión, y un pequeño número de donaciones, para ir de pueblo en pueblo por la provincia de Henan, informando a la gente de que muchos de ellos tenían el sida, dándoles unas mínimas nociones para evitar que el contagio siga propagándose, y prestándoles la escasa atención sanitaria que está en sus manos. Todos estos incalificables delitos de Gao han merecido de su Gobierno la acusación de estar trabajando 'para las fuerzas enemigas de China'.

'Estoy convencida de que lo que estoy haciendo es correcto', declaró ayer Gao a la corresponsal de The New York Times en Pekín. 'El problema no puede ocultarse por más tiempo, y es preciso afrontarlo'.

Texto elaborado con informaciones de The New York Times, BBC, Reuters y AFP.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 1 de junio de 2001