Lo que salta a primera vista es el predominio aplastante de las interpretaciones con instrumentos originales. Las aproximaciones a la música barroca se han realizado desde perspectivas inglesas (Gardiner), holandesas (Koopman), italianas (Antonini), francesas (Minkowski) o españolas. De todo ello queda de manifiesto la vitalidad de este periodo musical.
Comenzó el festival con una lectura emotiva, equilibrada y magistral de Israel en Egipto, de Haendel, a cargo de Gardiner y sus grupos de English Baroque Soloists y el Coro Monteverdi. Tan entusiasta fue la recepción que el director inglés tuvo que salir a saludar en solitario. Il giardino armonico, dirigido por Giovanni Antonini, mostró un Haydn lleno de furia y humor, de acusados contrastes y seco virtuosismo. La representación española, con Jordi Savall al frente, repitió los conciertos de Semana Santa en Cádiz y Cuenca con Las siete palabras, de Haydn y varias obras polifónicas de Tomás Luis de Victoria. La variación estaba en la presencia como narrador de Raimon Panikkar (Barcelona, 1918). No fue un acierto. De blanco y con sandalias, a lo Gandhi, Panikkar pidió concentración y adornó las siete palabras con otros tantos sermones que pusieron nervioso a un considerable sector del público. Nadie duda de su finura de pensamiento y del intento de recrear el clima de la época del estreno en Cádiz, pero faltó al menos una explicación aclaratoria. Y así, a partir de determinado momento, se empezaron a escuchar voces desde las naves de la catedral preguntando cuánto iba a durar aquéllo o reivindicando un mayor protagonismo de la música sobre la palabra. Panikkar hizo oídos sordos y continuó en la misma línea, lo que motivó abandonos de la sala cuando él intervenía y un clima de desconcentración en la obra de Haydn que perjudicó fundamentalmente a los músicos. Savall cuidó como siempre la teatralidad y consiguió momentos mágicos con las piezas de Tomás Luis de Victoria.
Se enderezó el clima por la noche con una fiesta insólita (Ba-Rock) en la emblemática Felsenreitschule hasta altas horas de la madrugada, con vídeos, música tecno y algunos intérpretes monteverdianos, como el grupo italiano Accordone, hicieron las delicias de la juventud salzburguesa más radical. El intento de romper barreras entre el festival y la juventud local fue un éxito. Y si de éxito se habla hay que citar el bravísimo recital de la mezzosoprano Cecilia Bartoli, ayer por la tarde, en un programa dedicado a Vivaldi y Gluck.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 4 de junio de 2001