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Los triunfadores de la jornada | FÚTBOL

Dos días sin desayunar

Fernando Torres, el delantero de 17 años del Atlético, asume con naturalidad pero sin apetito su primer día de gloria

Frío y sereno, con cara de golfillo, Fernando Torres agita en su espigada figura toda la irracional lógica que define el carácter ganador: confianza en uno mismo e intuición; determinación y suerte; apostar y ganar. Hacía falta un gol. Las esperanzas de ver al Atlético de Madrid el curso próximo en la Primera División se consumían al ritmo que marcaba el reloj del estadio Carlos Belmonte de Albacete. Torres tenía sólo 18 minutos para dibujar un giro violento de la cabeza y anotar el tanto que llevaba su nombre desde el desayuno, cuando dio el aviso: "Voy a marcar".

Pero el pequeño no perdió el sueño. Llegó el domingo a su casa desde La Mancha pasadas las dos de la mañana, entró en su cuarto y aterrizó en su cama. "Se quedó roque enseguida", dice su familia. Así es el pequeño de 17 años que anotó el tanto decisivo del Atlético. ¿Que toca dormir? Pues a dormir, aunque la oscuridad de la noche refleje mil veces el momento más especial de su vida. ¿Qué toca colgarse a todo un grupo de veteranos profesionales a la espalda? Pues se carga, aunque uno sea un muchacho más acostumbrado al "¡mía, mía!" del patio del cole que al cuidado césped de la Segunda División. "Es mi día", dicen que dijo. Y es que la responsabilidad no asusta a Torres, sino que activa en él un resorte rebelde que le lleva a asumir más protagonismo del que le corresponde por rango y edad.

Sin embargo, la aparente frialdad de Torres sólo vive en su privilegiada cabeza. El estómago toma sus propias decisiones y el joven lleva dos días sin poder desayunar. "¡ Fernando, a desayunar!". Pero Fernando no podía probar bocado: "No tengo hambre, papá". Una excepción a su actitud ferrea ante la tensión.

Con el intestino poco receptivo a la hora de ingerir alimentos o no, Torres ya es el ídolo de una afición dolida por el penoso tránsito de su equipo esta temporada. El domingo pasado, cerca de las taquillas del estadio Carlos Belmonte, se escuchaba a los aficionados preguntarse en voz alta cómo adquirir una camiseta con el dorsal número 35 de Torres.

Un muchacho de 23 años, pelo trigueño y rostro pecoso era el único que llevaba el uniforme a rayas rojas y blancas del Atlético con el nombre del chaval impreso en el dorso. Era otro Torres, su hermano. El mayor. La camiseta era la que vistió el delantero en el Calderón contra el Leganés en su debú. Torres no quiso dársela a nadie, aunque varios jugadores del Leganés le sugirieron intercambiarla. "Ésta es mía", pero la guardaba para que su hermano le apoyase luciéndola en Albacete.

Y es que Torres es un adolescente muy unido a su familia, un grupo que le protege y le acompaña donde haga falta. Los domingos, hasta hace tres semanas, iba al fútbol como uno más con sus padres y sus hermanos a ver al "Atleti". Aunque ya había mostrado algunos rasgos propios de su edad y empezaba a mostrarse más independiente y a preferir ir con la gente joven que se agrupa en el fondo sur del Calderón porque le gusta el público "movidito" y "las canciones". A este grupo de aficionados les regaló el balón con el que marcó el tanto decisivo en Albacete, el primero como profesional: "Es vuestro". Y es que el ariete dice que él juega por algo: por la gente. Impresionado por la cantidad de hinchas desplazados hasta Albacete, insistía la mañana antes del partido en que tendría que devolver ese apoyo. "Creo que es el día", cuentan que aseguró el pelirrojo antes de saltar al campo. Era el día. No sólo regaló el balón: sobre todo, regaló la ilusión de poder seguir pensando en el ascenso a una hinchada ayuna de alegrías.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 5 de junio de 2001