Con esos números, el Madrid mantiene encendida la esperanza de superar una semifinal que, pese al resultado de ayer, el Tau sigue teniendo en su mano resolver en su feudo.
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Fue extraño todo lo que ocurrió ayer en el Raimundo Saporta. Hay partidos así: raros, inexplicables. Partidos que avanzan a fogonazos, totalmente ajenos a cualquier lógica y en los que todo lo que parece seguro se convierte en incierto al minuto siguiente. El de ayer entre el Real Madrid y el Tau resultó uno de ellos. En medio de un carrusel de fallos y nervios contenidos, como refleja el raquítico resultado final, el marcador progresó a bandazos alternos entre ambos equipo sin que nadie pudiera apostar por la victoria de uno u otro. ¿Cómo hacerlo cuando al horrendo porcentaje del Madrid (37% en tiros de dos) responde el Tau con otro aun peor (35%)? Son las cosas del play off, un territorio comanche donde de nada sirven las reglas más que para romperlas.
De las pocas cosas previsibles que ocurrieron ayer, una fue el arranque de los blancos. Los de Scariolo saltaron al parqué con la revancha pintada en la cara. Struelens y Meek más que ningún otro. Después de su mal papel en el primer partido, el segundo se había convertido para ambos en un asunto personal para reivindicarse.
Picado en su orgullo, el Madrid cerró el primer cuarto con un 20-10 en el marcador que parecía ponerle la victoria en la mano. Y más con la displicencia del Tau, que resultaba la sombra de sí mismo y tardó más de once minutos en anotar su primera canasta de dos. No fue así. Los papeles se cambiaron en el segundo cuarto y todo la garra del Madrid quedó convertida en precipitación y nervios. El Tau, perdida la brújula de Bennett, con Timinskas y Stombergas como si ya se hubieran ido a pasar el verano a su Lituania natal, desaparecidos Oberto y Alexander, se encomendó a Luis Scola y rubricó un parcial de 4-11 en cinco minutos para marcharse con un empate al descanso (33-33).
El marcador explicaba a la perfección lo que ocurría en la pista. Muchas carreras, anarquía a raudales y muy poco seso. El exceso de locura pasó factura a ambos equipos: 14 pérdidas, el Madrid; 17, el Tau. El caso es que, mientras el vitoriano es un equipo contruido sobre la sensatez, diseñado por Ivanovic para que cada jugador cumpla al milímetro con su cometido, al Madrid, más sobrado de recursos, no le incomoda soltarse la melena. Fue así, con triples de Zidek y tapones de Herreros de por medio, como los blancos se aferraron con uñas y dientes a un partido que no podían perder. Ahí estuvo, al final, la diferencia. Los de Scariolo no se podía permitir fallar. El Tau, con un triunfo ya en el zurrón, sí tenía margen de error. En finales tan ajustados, esa sutileza desequilibra balanzas. Es lo que ocurrió ayer, y por lo que respira el Real Madrid.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 5 de junio de 2001