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COLUMNA

Bernabeu

Hace unos días, como quien dice, nos dejó para siempre Josep Lluís Bernabeu Rico. Supongo que muchos lectores ignoran de quién hablo y eso es una buena razón para dedicarle esta columna. Era joven. ¿Cincuenta años qué son cuando se vislumbra tanta vida por delante? Lo conocí hace aproximadamente un año, a la salida de un teatro. Nos habíamos visto en alguna ocasión, como ocurre con tantas caras conocidas que frecuentan los mismos lugares, las mismas bibliotecas, los mismos cines, los mismos espacios de cultura. Pero aquella vez, Josep Lluís Bernabeu se dirigió a mí con una rara humildad y me puso entre las manos un libro suyo titulado Ràgil. Como medida excepcional, lo leía al llegar a casa y me llevé la grata sorpresa de descubrir en aquellos poemas de rabiosa sencillez las profundidades de un hombre comprometido con la vida, untado de existencia, apasionado y reflexivo, conceptista y transparente. Por la solapa de la obra supe que había nacido en Tibi, en plena Foia de Castalla, y que ahora residía en Alicante, donde trabajaba como profesor universitario. Su currículum literario no era muy extenso. Algunos cuentos y unos cuantos estudios sobre la cultura de los valencianos: Una comunidad, un país para todos (1982), Los límites simbólicos (1984), Per a ser contemporani (1997), etc. Había editado también varios trabajos sobre la fiesta de moros y cristianos y algunos guiones para documentales cinematográficos. Sin embargo, sus mayores aportaciones ensayísticas tenían un claro contenido pedagógico, llegando a publicar diversos estudios de uso escolar y a colaborar en la obra Teorías e instituciones contemporáneas de la educación (1997).

Hace unos meses coincidimos en el jurado de un premio literario y nos hicimos amigos. Hablamos de proyectos y le prometí editar antes del verano su segundo poemario: Solari. En él dejaba bien claro que su auténtica patria es la poesía: 'calcule entre totes les sendes / la que emporta al meu destí'. Una patria tardía que le ha esperado siempre. Como esa muerte que no se atuvo a razones y se lo llevó de golpe, sin concederle el derecho a corregir las pruebas de su libro. Ni tan siquiera eso.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 7 de junio de 2001