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Crítica:DANZA

Con el levítico por montera

Ido Tadmor es el niño mimado de la crítica de Israel. Al mismo tiempo es un chico transgresor que se pasa literalmente por el arco del triunfo las severas advertencias del levítico. Sus 12 bailarines se esfuerzan por llevar el ritmo endiablado e intenso que él mismo impone, pero hay diferencias en lo técnico que se hacen palpables. Tadmar es un bailarín dotado para el salto y la fuerza y así se muestra. La idea de esta pieza, que fue de las primeras que le lanzaron a la fama y la polémica, habla de amor homosexual, locura y encierro forzoso con una plástica cercana a la teatralidad rupturista y al impacto visual. Hay muchas ideas y símbolos (las palomas encerradas, el falso carnaval de los locos) que saturan al espectador y le bombardean con ese discurso catártico. La música, donde destaca el teclado y el sintetizador, se alinea a tales propósitos dando paisaje tan sombrío como alertador. ¿Qué pensarán y dirán los ultraortodoxos de esos besos de tornillo y esos tatuajes tribales además de la casi insultante desnudez? En Tel Aviv le adoran y le rechazan, su inquietud es palpable, y su valor, de admirar.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de junio de 2001