Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
TRIBUNA

La falsa alternativa

La izquierda catalana ha encontrado no uno, sino dos espejos en los que mirarse pensando en el futuro. Esos espejos son Aragón y Baleares, y tienen, además, la virtud de incomodar tanto al Partido Popular -aislado políticamente en ambas comunidades autónomas- como a Convergència i Unió, que ve peligrar, mirando a esos espejos, la hegemonía que ha mantenido durante 21 años. Tanto los socialistas como Iniciativa per Catalunya han visto ejemplos políticos en esas comunidades autónomas vecinas. Ahora se les han unido los independentistas de Esquerra Republicana.

La moción de censura anunciada por Pasqual Maragall se ha convertido en un Guadiana que aparece y desaparece del panorama político según el estado de ánimo del líder socialista, quien, acostumbrado a acaparar titulares, sigue practicando el arte de construir castillos en el aire, sin otro cimiento que su dialéctica contradictoria. Sus compañeros de partido han aprendido a tomarse sus salidas de tono como 'las cosas de Pasqual', asumiendo que Maragall sigue siendo el mejor actor de su propio personaje.

Esta moción de censura, si cumple su compromiso de presentarse en octubre, debe ser prolegómeno de su oferta electoral y de gobierno ante las próximas elecciones catalanas. Sin embargo, la actitud desconfiada de sus hoy aliados parlamentarios y socios futuros de un hipotético gobierno -ERC e IC- pone de manifiesto que el supuesto proyecto alternativo no tiene otro pegamento que el ansia de gobernar desde la incoherencia y la insolvencia de una propuesta que pretende aglutinar desde el independentismo de ERC hasta el progresismo exquisito de la Tercera Vía de los Ciutadans pel Canvi pasando por los ex comunistas de IC. Pero esta misma ansia les hace desconfiar los unos de los otros, y los personalismos ya se evidencian sin ni siquiera alcanzar el gobierno.

El Olivo acaba de fracasar de forma rotunda en su Italia original; Baleares no presenta mejores resultados y ambos definen la antesala de lo que representaría para Cataluña el cóctel incierto de izquierdas y nacionalismo.

Cataluña necesita un cambio, pero no a cualquier precio, precisa una alternativa que modernice y modere la política catalana y no la falsa alternativa de Maragall, quien desde su coctelera de siglas y personalismos perpetuaría el enfrentamiento institucional, el dirigismo político, el debate identitario y el uniformismo social.

El cambio razonable es aquel conciliador de la Cataluña real con la oficial, que apuesta sin complejos por los valores de la pluralidad y la cooperación, desde la eficacia y el sentido social como prioridades de la acción de un Gobierno participado por el PP.

Alberto Fernández Díaz es presidente del PP de Cataluña.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 10 de junio de 2001