Al Alavés sólo le preocupaba la reconciliación con su público tras un mes de mayo de resultados horribles, al perder la final de la UEFA y también el tren europeo para la próxima temporada. Para el Mallorca era una simple cuestión de subir su nota esta temporada, ya muy alta, y clasificarse para la Liga de Campeones por la vía directa, sin eliminatorias previas. El Mallorca quería ser segundo. Ganó el equipo de Luis Aragonés, el que más necesitado se sentía de ganar. El Alavés alargó una jornada más su crisis. Eso sí, no le hizo demasiada falta la reconciliación. Mendizorroza le perdona cualquier cosa. No es para menos.
El partido se movió por el terreno de la dignidad. El Alavés quiso esforzarse y agradar. Lo hizo, en términos generales. Pero el Mallorca es un equipo con hambre, nada deseoso de vacaciones. Se vio en la última media hora. El choque transcurrió igualado, con más goles que calidad, pero el Mallorca terminó a cien por hora, con velocidad, piernas y aliento. Ante la exhibición de físico e ímpetu, el Alavés no tuvo más remedio que admitirlo y conformarse con el recuerdo de meses pasados.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 11 de junio de 2001