Claro que Txetxu Rojo echó más leña al fuego de las suspicacias. Por ejemplo, cambió de portero e hizo debutar al joven Aranzubia; colocó de lateral izquierdo a Alkorta; prescindió de Guerrero.
Daba igual. La Real ganó y se salvó por sus propios méritos y aportó para ello razones de fe (eso era obvio de antemano), argumentos futbolísticos (convirtió el balón en un amigo y no en un enemigo) y un ejercicio de puntería impecable desde fuera del área. Dos zurdazos de Jankauskas y De Pedro resolvieron el partido a las primeras de cambio, antes de que el árbitro anulara un gol legal del delantero lituano por un inexistente fuera de juego.
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En 45 minutos resolvió todas las dudas que le han perseguido durante la temporada. Casi sin despeinarse, certificó la permanencia y luego volvió a las andadas, es decir al conservadurismo de los equipos medianos, a sabiendas de que su rival no alcanzaba ni siquiera esa condición. Cuando se quedó con 10 jugadores, ratificó su racanería. El Athletic creció por inercia y marcó el gol por insistencia. Urzaiz había rematado al poste, Ezquerro había perdonado otra ocasión y a la tercera acertó el Athletic, poniendo un poco de emoción a un partido insípido. Y en esto apareció Rekarte, se comió el campo y provocó un penalti de Óscar Vales que acabó con el jugador rojiblanco en el vestuario y con Xabi Alonso siguiendo el mismo camino por su mala cabeza Idiakez marcó y se acabaron los sufrimientos para la Real. Y para el Athletic. Y para el público.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 11 de junio de 2001