En la sin duda excelente entrevista de Francesc Valls a Carme Laura Gil (EL PAÍS, 27-5-2001), la consejera de Enseñanza se extiende sobre diversos y variados temas, ninguno de ellos insustancial. Uno de los asuntos discutidos puede resultar de interés. En su primera respuesta, Gil sostiene que 'el 45% de la sociedad catalana lleva a sus hijos a la escuela concertada y eso difícilmente se puede cambiar'. Es poco probable que pueda pensarse que el ejemplo es una manifestación de alguna ley sociológica tan inexorable como el segundo principio de la termodinámica o la ley kepleriana de las órbitas elípticas. Pero éste, como se sabe, no es el caso. La importancia de la concertada en Cataluña es superior a la del resto de las comunidades de Sefarad. Se podrá argumentar, tal vez, que eso es una de las características del fet nacional o de la moda dominante ('lo privado es hermoso'), pero entonces habrá que recordar que no hace mucho, apenas quince años, las clases medias del país hacían largas colas para matricular a sus hijos o hijas en los institutos de la pública. Muchos de los intelectuales y profesionales de mayor prestigio y de diverso signo político e ideológico de la sociedad catalana han cursado sus estudios en centros públicos. Tal vez, por tanto, la cuestión pueda verse desde otra perspectiva: no son tan sólo modas o características nacionales, sino determinadas políticas, las que poco a poco van decantando la jugada hacia lo privado, haciendo de este ámbito el reino del prestigio y de la hermosura, y de lo público, el espacio de lo cutre y de la fealdad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 17 de junio de 2001