Fernando Torres abandonó el césped. Sustituido. El partido estaba roto. Su partido, el de Torres, también. El debú del chaval ante un equipo de Primera quedó mutilado por la jerarquía de la pizarra en sólo veinte minutos. Torres salió del campo, enseñó el infantil torso y, con la camiseta entre las manos, hundió la cabeza en el banquillo. El único sitio del campo por el que no esperaba moverse. Y no se movió. Quieto, sentado, comprobó lo difícil que es marcar goles desde una sillita de plástico. "Era un cambio lógico", se defendió Carlos Cantarero.
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Amaya había sido expulsado dos minutos antes y, encima, Acuña anotó el libre directo consecuencia de la infracción del central rojiblanco. El "cambio lógico" privó al Atlético de su delantero más impredecible cuando iba perdiendo por un gol y tenía la dura obligación de atacar con un hombre menos. Cantarero, sereno, confesó que "ya sabía que no iba a ser un cambio popular, ni para los aficionados ni para los medios, pero para mí era el cambio más correcto". El entrenador rojiblanco no quiso extenderse en explicaciones: "Con los cambios nunca sabes si vas a acertar". Ahí quedó todo.
El técnico tampoco se encontró cómodo ante la otra pregunta estrella de la noche: la actitud del Frente Atlético(*CF*) y su incidencia en el resultado. "Bien no nos ha venido, pero en fin, no es el único factor que explica la derrota". Eso fue todo. Cantarero prefirió planear por la cuestión. Igual que Luque que dijo que "esta aficion es la mejor del mundo y puede protestar, son los abonados", aunque sí reconoció que "quizá nos haya afectado un poco, pero tienen derecho, tienen que protestar".
El único que analizó el agresivo número de los hinchas fanáticos sin rodeos y con franqueza fue Luis Costa, el técnico del Zaragoza: "Nos han beneficiado esos minutos. La afición del Atlético ha roto el ritmo del partido y ha puesto nervioso a su propio equipo".
Futre habló de "decepciones tremendas" y de la fogosa "juventud" y de "cabreos" para casi justificar a los hinchas más radicales del Atlético, aunque de vez en cuando acotaba sus exculpaciones con un "es imperdonable".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 21 de junio de 2001