Alguien ha colgado en la Puerta de Alcalá, envasados en plástico, un montón de libros. Hace calor y están cociéndose al sol. Los amantes de los libros sabemos que el papel tiene un determinado grado de humedad, dependiendo ésta del ambiente. El gesto de cubrir con libros un monumento para mirarnos el ombligo y demostrarnos lo solidarios que somos (cómo se gastan las palabras de tanto sobarlas) es una pedantería y una desconsideración hacia quien habrá de leerlos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 22 de junio de 2001