Escribir en el campo no es fácil porque la naturaleza distrae mucho. Hace un momento intentaba concentrarme en un asunto de política nacional cuando vi a una mariposa grande agitándose en la tela de una araña en la que acababa de caer. La araña era tres veces más pequeña que la mariposa, pero daba vueltas alrededor de su víctima envolviéndola en un sudario de seda con una maestría sorprendente. Daba la impresión de no haber nacido para otra cosa que para amortajar insectos. El espectáculo era dramático, tanto o más que el de la política nacional. Intenté escribir sobre Piqué, pero me di cuenta de que me importaba un carajo, con perdón. Uno no puede querer a la humanidad si no ama a su esposa, me dije. De igual modo, uno no puede comprender lo que sucede en el Ministerio de Exteriores si no ha intentado descifrar lo que sucede en una esquina de la ventana de su cuarto.
La diferencia entre la araña y la mariposa es que aquélla sabía bricolaje y ésta sólo había estudiado poesía, de modo que mientras una tejía con precisión, la otra agitaba las alas con excesos retóricos que no siempre lograban conmoverme. Tanto la mariposa como la araña eran completamente ajenas a mi presencia. No me veían, pese a mi tamaño, o quizá a causa de él. Si hubieran sabido que a medio metro de ellas un individuo escribía un artículo, habrían dejado de pelearse para asistir a esa cruel manifestación de la naturaleza consistente en producir hilos de sintaxis. Digo yo que del mismo modo que a mí me fascina ver cómo una araña segrega hilos de seda o de tergal, a ella le gustaría ver cómo segrego yo palabras. Aunque tenemos que reconocer que, si la tela es el pensamiento de la araña, ellas piensan de manera más regular. No siempre los artículos salen tan simétricos como sus redes.
Lo que el artículo tiene en común con la tela de araña es que se teje en una esquina del periódico con la esperanza de que algún lector descuidado pase por allí y quede atrapado en él. No hacemos, a simple vista, cosas muy distintas. Pero hay una diferencia fundamental, y es que la araña se come al lector, mientras que nosotros somos devorados por él. La naturaleza es muy curiosa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 22 de junio de 2001