El avispero religioso ucranio no se limita a las divergencias en la comunidad ortodoxa. Tampoco la minoría católica (en un país donde el 44% de la población se declara atea) parece unida y ajena a las luchas internas de poder. Un ejemplo de estas disensiones se vio ayer en las diferentes cifras de participación a la misa del Papa, en el aeropuerto de Chayka, ofrecidas por el Vaticano y por fuentes de la comunidad greco-católica.
Citando fuentes de la policía local, el portavoz vaticano, Joaquín Navarro Valls, habló de un millón de asistentes. El clero greco-católico, lejos de compartir esta hipótesis, a todas luces exagerada, calculó la cifra de asistentes incluso por debajo de la real: unas 20.000 personas. Los periodistas prefirieron atenerse a su propio cálculo: unas 50.000 personas.
Ucrania, con sólo seis millones de católicos, tiene dos conferencias episcopales, una correspondiente a la comunidad greco-católica, guiada por el cardenal Lubomir Husar, y otra a la comunidad latina, que dirige el cardenal Marian Jaworski. Los católicos de rito griego no están satisfechos con la paridad absoluta que el Vaticano concede a ambas iglesias, ni acogieron con especial entusiasmo que el Papa celebrase su primera misa en Ucrania por el rito latino. El peso de la organización del viaje papal lo han llevado los greco-católicos, y a ellos habría que imputar, por tanto, el relativo fracaso de la misa de ayer.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 25 de junio de 2001