Hoy se consumían, con unción, como comunión laica de un sacramento natural, unas tortas, planas y ácima, en forma de gallo. Se creía que, al romper el alba, cantaban todos los gallos del universo: Sant Pere, pollastres al darrer; un canto que ahuyentaría malos espíritus y anunciaría un año más de vida al mundo; enmudecerán al acercarse el fin del mundo. Felicidad y ventura proporcionaría matar un gallo en este día tan mágico. Nuestro Sant Pere recoge restos de ritos de la siega del trigo y de los antiguos sacrificios propiciatorios. Y, el gallo es un atributo del primer papa, y no sólo porque le afeó sus tres negaciones, sino porque marca la frontera entre los reinados de la Luna y del Sol, anuncia la luz y es emblema de fecundidad y símbolo solar. La noche de Navidad es la nit del gall, víctima y signo de los solsticios, presididos por el bifronte Jano, celestial portero y amo de las llaves de solar oro y lunar plata que abren épocas, edenes e infiernos. De la garita y las chavetas se apropió San Pedro y ya se encargó de polongar las solemnidades solsticiales del nadal d'estiu, el momento de mayor presencia del sol -Sant Pere i Sant Joan, la claror més gran- y el inicio de su mengua: Sant Joan, un pas endavant; Sant Pere, un pas endarrere.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 29 de junio de 2001