Ya era hora que el Ejército dejara de tener ese protagonismo de imposición y de amenaza que ha atenazado de muchas formas al pueblo español. Jamás ha defendido al pueblo llano, ahí está la historia para contarlo. Cuando no ha participado en pronunciamientos militares, ha sido cómplice de políticas retrógradas y nada democráticas. Cuando los españoles íbamos a prestar el servicio militar obligatorio, en no pocas ocasiones nos han tomado como sus criados, asistentes, niñeros y chóferes. Todo por la Patria. Y nuestros padres, encantados de ese servilismo que nos libraba de trabajos mucho peores. Aunque el peor de todos era la pérdida de tiempo y el aprendizaje de conductas nada edificantes.
La Constitución Española coloca al Ejército en su lugar, y de esta forma estamos homologados con las democracias europeas. Hoy los militares no son un peligro para el pueblo; más aún, son una garantía de ayuda humanitaria.
La decisión de hacer desaparecer el servicio militar obligatorio se debe al Gobierno del PP. Esta decisión es plausible. Lo que no es tan positivo es esta liquidación que están haciendo de la institución militar. El cuadro en que ha quedado el Ejército español es deprimente. Los soldados profesionales tienen un perfil casi de saldo, y su escasez va a ser compensada con la contratación de otros cuerpos de guardas jurados. Con estos cuerpos debemos estar muy alertas. Algunas conductas de estos guardias de seguridad, en defensa de quienes les pagan, son para echarse a temblar. A pesar de que parte de la seguridad ciudadana, según preconizan el delegado del Gobierno de Madrid y el propio Defensor del Pueblo, estará en sus manos. Si en materia de defensa y seguridad el presupuesto del PP no da para más, que Dios nos coja confesados.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 5 de julio de 2001