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OPINIÓN DEL LECTOR

'Mea culpa' Marbella

Le pido perdón al señor Gil. Imploro su clemencia. Me someto a su ley y estoy dispuesto a pagar la multa. Perdóneme, se lo ruego, no lo volveré a hacer. Por conseguir su benevolencia estaría dispuesto incluso, si me lo pide, a no volver a visitar su ciudad, aunque ello suponga para mí un gran sacrificio. ¡Qué bella ciudad tiene usted, señor Gil, y rica! Ahí se mueve el dinero. Turismo de calidad, eso es lo que todos necesitamos, gente guapa, cuerpos esculturales que sirvan de reclamo para los clientes con pasta. Feos, cojos y mal-llevaos, los precisos, y que estén forrados de petrodólares a ser posible. Es usted un pillín, señor Gil.

Bueno, que me enrollo, a lo que iba: me avergüenzo de lo que he hecho. Ha sido a la salida de su Oficina de Turismo, la que está en el Paseo Marítimo, el que hay conforme entras de Málaga, segunda a la izquierda, ¡cuidado con los escalones! No sé cómo decírselo. Al lado de una hermosa palmera he cometido el delito (lloro). Me he meado en su ciudad (silencio). Lo siento... lo siento. Mea culpa la mía.

Estuve buscando unos servicios adaptados para minusválidos en los chiringuitos, en la playa... le juro que los busqué concienzudamente y no los encontré. Aguantando, aguantando me dirigí a la Oficina de Turismo para que me indicasen dónde podía descargarme. No me lo podía creer, en la gran Marbella (sic): 'No tenemos previstos servicios para minusválidos'. No me lo podía creer. Eso sí, ¿eh?, muy diligente, su funcionaria me comunica que le iba a dirigir un escrito que seguro atendería, ya que usted para esas cosas está muy sensibilizado. -Sí, señorita... pero ¿cuándo?, le reclamaba urgentemente ante mi incontinencia urinaria,

- Quizás para otra vez que nos visite..., trataba de consolarme con la típica sonrisa profidén acentuada por el moreno marbellí de su piel.

No pude más. Me largué de allí, bueno, me sacaron en volandas en mi silla de ruedas unos amables y perplejos turistas ante la inexistencia de una rampa de acceso en la Oficina de Turismo, y como ya le dije, bajo una frondosa palmera (¡qué culpa tendrá ella!) desagüé mis inquietudes fisiológicas. ¡Qué descanso! ¡Qué placer! Sólo quedó en mí el remordimiento de mal ciudadano. Al fin me liberé del fruto de la cerveza que antes había bebido en los chiringuitos, bueno, en el único chiringuito que dispone de rampa de entrada para minusválidos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 13 de julio de 2001