La historia de la República Popular de China en los Juegos Olímpicos es tan corta como crucial. Su primera aparición tuvo lugar en Los Ángeles 84, donde ayudó a salvar una crisis de primer orden. Estados Unidos y varios países del bloque occidental no habían acudido a los Juegos de Moscú, en 1980, con una respuesta simétrica de la Unión Soviética y de la mayoría de sus aliados. Era una época dramática para la salud de los Juegos, por los problemas derivados de la política de bloques y por el fracaso económico de las ediciones anteriores. Sólo se presentó una candidatura para los Juegos de 1984: la ciudad de Los Ángeles. Si fracasaba, podría darse como terminada la gran saga olímpica. Pero sucedió lo contrario. Rumania desobedeció el mandato de Moscú y acudió a los Juegos, infligiendo un inmenso daño político a la Unión Soviética, cuya derrota fue total por el efecto propagandístico que generó la participación de China en territorio estadounidense.
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De alguna manera, China ayudó a salvar los Juegos tal y como los entendemos ahora, como un colosal espectáculo deportivo y mercantil. Desde 1984, China ha participado en todas las ediciones olímpicas, con resultados notables: 32 medallas en Los Ángeles, 33 en Seúl, 54 en Barcelona, 50 en Atlanta y 59 en Sydney. Los resultados expresan el potencial de un país de 1.300 millones de habitantes. Sin embargo, detrás del éxito chino ha habido las suficientes sombras como para cuestionar los métodos empleados. En los últimos 10 años han sido numerosos los escándalos relacionados con el dopaje, especialmente en atletismo y natación. Las sospechas de prácticas generalizadas, según directrices del Estado, han sido constantes, como lo fueron en la RDA y varios países del Este. Las denuncias contra los métodos chinos fueron especialmente virulentas tras la arrolladora actuación de sus fondistas en los Mundiales de atletismo de 1993. Aquel año, las atletas chinas batieron los récords de 1.500, 3.000, 5.000 y 10.000 metros. No sólo lograron unas marcas impensables, sino que lo consiguieron en masa. Los ránkings de cada prueba estaban monopolizados por hasta cinco atletas chinas. Se habló de las pociones mágicas de Ma Junren, de sus durísimos entrenamientos, de una mística que no logró atajar ni un milímetro las sospechas de dopaje. Lo mismo ocurrió con las nadadoras, que barrieron en los Mundiales de Roma 95 con la misma energía que las infaustas grossen Berthas de la RDA en los años setenta y en los ochenta.
La vigilancia sobre China tuvo tanto efecto que sus atletas y nadadoras desaparecieron virtualmente en los Juegos de Sydney, donde no consiguieron una sola medalla. Ahora le llega al deporte chino la hora de preparar a sus atletas para los Juegos de Pekín. De la misma forma que China tendrá que vencer suspicacias en el terreno político, también deberá ganarse la credibilidad en la preparación de sus deportistas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 14 de julio de 2001