Oficialmente confiaban en ganar, nunca dejaron traslucir la menor duda sobre las posibilidades de París, pero era un secreto a voces que sabían que era imposible. Bertrand Delanoë, el flamante alcalde -poco más de cien días en el cargo- de la capital francesa, no mostraba la menor irritación cuando la prensa gala, una semana antes de la decisión del COI, ya se limitaba a resaltar lo escandaloso que resulta concederle los Juegos a Pekín (capital de un país campeón en la aplicación de la pena de muerte, en el que no se respetan los derechos humanos, que mantiene invadido el Tíbet, que no respeta sus minorías) en vez de especular sobre el destino de las distintas ciudades candidatas.
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La regla no escrita que ordena no repetir continente pesaba como una losa contra París. Después de Atenas 2004 era inimaginable volver a Europa y subvalorar la irritación que eso despertaría no sólo en Pekín, sino también en el eternamente marginado continente africano. Además, el hecho de que Madrid y Sevilla sean candidatas para 2012 privaba a París de los votos españoles.
Cuando hace tres semanas Claude Bébéar, presidente de la aseguradora AXA y del GIP (organismo que se ocupa de atraer financiación para la candidatura de París), fue acusado de estar mezclado en un caso de blanqueo de dinero a través de un banco luxemburgués filial de AXA, París recibió el torpedo definitivo en su línea de flotación. Para un COI sospechoso de todo tipo de corrupciones, de prestarse a la compraventa de votos, no había nada peor que asociar su maltrecha imagen a la de un hombre que quizás sea condenado por la justicia por un delito que muchos miembros de la llamada familia olímpica parecen conocer demasiado bien.
La actitud francesa ante el dopaje, su incontrolable policía judicial, la amenaza de una razia en plena villa olímpica, tampoco jugaba a favor de París. Las imágenes del Tour 98 dieron la vuelta al mundo, las declaraciones de la ministra francesa de Deporte, Marie Georges Bouffet, a favor de acabar con la hipocresía reinante -Bouffet exige un seguimiento continuado del estado físico de cada atleta, manera de evitar que, en cuestión de unos pocos meses, asistamos a espectaculares aumentos de masa muscular en tipos antes escuchimizados- daban sudores fríos en el seno del COI. En Pekín, paraíso de nadadoras hormonadas y metamorfosis de toda clase, ese riesgo no existe.
'Para una ciudad, el mero hecho de ser candidata ya supone un impulso importante', dice Delanoë, 'y París, gracias a la perspectiva olímpica, ha puesto en marcha un programa de reurbanización de la ciudad que, a grandes rasgos, puede resumirse en acabar con el imperio del coche privado, derribar, cubriéndola, la frontera que supone el cinturón periférico y lanzar un ambicioso programa de transportes públicos en el que el tranvía tiene un papel protagonista'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 14 de julio de 2001