Llevo algunos días tratando de encontrar en mi memoria alguien tan sumiso como el peatón valenciano. No lo encuentro. Me pasma el estoicismo de mis conciudadanos cuando de derechos del peatón se trata. Soportan que los conductores se salten los semáforos pero luego corren si su escaso tiempo para cruzar se acaba. No se quejan de los coches en las aceras o en las rampas para las sillas de ruedas. Admiten sin rechistar la abusiva y palurda regulación semafórica. Se juegan la vida en minúsculas isletas de tráfico mientras les rodean vehículos que doblan la máxima velocidad permitida (50 km/h) ¿Cuál es la explicación de esa mansedumbre? ¿Es que los que andamos somos una casta inferior? Resulta aún más chocante viviendo como vivimos en la 'cultura de la queja'.
Los que no nos resignamos, porque hemos visto otras ciudades y podemos comparar, chocamos contra el zoquete que está en la concejalía de Tráfico y que rechaza como un frontón cualquier intento de hacer esta ciudad más habitable. De buena gana le pagaba un billete de avión a cualquier ciudad del norte de Europa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de julio de 2001