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Crítica:JAZZ

De lo sacro y lo profano

Con lo suyos que son los franceses en asuntos patrióticos, sorprende un poco que hayan producido en los últimos años tal cantidad de bandas multiétnicas. Tan es así, que el panorama musical del momento parece un colonialismo vuelto del revés: un auténtico hervidero de formaciones mestizas que compran 10 gramos de cada música del mundo en el mercadillo más cercano. A Dezoriental, grupo que inauguraba la sección Jazz del siglo XXI en el festival vitoriano, no debe de preocuparle la saturación, en parte porque juega la baza de un animador inasequible al desaliento, incitador hasta el descaro y bien capaz de poner a bailar hasta a un pingüino con ciática.

Se llama Abdel Waheb Sefsaf y, si no triunfa como cantante -su voz termina haciéndose un poco monótona-, siempre podrá ganarse la vida como saltimbanqui: sus brincos sobre el escenario y sus fulgurantes carreras por los pasillos del solemne Teatro Principal constituyeron la noticia del día. Ya en páginas interiores, se puede comentar la labor estrictamente musical de la banda, resultona cuando se zambulló en fuentes festivas y refinadamente serena en los buceos más profundos. Sensuales aires mediterráneos y árabes, gruesas gotas de música gitana centroeuropea y una llovizna de otros géneros procedentes de aquí y de allá formaron el núcleo de su compleja pócima sonora. Tocaron menos percusión de la habitual porque Air France les había perdido parte del equipaje, pero el fallo no impidió que el excelente acordeonista Jean-Luc Frappa defendiese la identidad nacional con lindas pinceladas de musette. El grupo que ocupó la sesión de noche no tenía instrumentos que perder porque traía toda la música en sus voces.

Fervor

El Jerome van Jones Tabernacle Gospel Ensemble pertenece al singular mundo del canto religioso afroamericano, no por recóndito menos plagado de formaciones que compiten en fervor y autenticidad. Los espectáculos que suelen ofrecer, al menos los escuchados en estas tierras, parecen escritos por el mismo guionista o por su primo, pero siempre es posible entresacar algún rasgo distintivo en cuestiones de matiz. Lo más común es que este tipo de conjuntos vocales salgan cubiertos por largas túnicas rojas o enfundados en severos trajes negros. Van Jones optó, en cambio, por presentarse como un dinámico masajista de balneario: pantalón holgado, camisola suelta y toalla en mano, todo blanco, blanquísimo. El atuendo más adecuado, sin duda, para controlar con comodidad el desbocado candor de un grupo que perfila su estilo a través de una peculiar mezcla de voces masculinas y femeninas, jóvenes, maduras y ancianas. Como quiera que los del tabernáculo estuvieron casi dos horas manifestando su fe, por un momento se temió que la duración del concierto resultara tan infinita como la bondad del Señor al que alaban.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de julio de 2001