Numerosas capitales del mundo se disputan hoy ser la próxima sede de la cumbre de los G-8, el Fondo Monetario Internacional o la OMC. Hasta hace poco, la máxima aspiración de una ciudad era contar con una feria internacional, unos juegos olímpicos, un mundial o la erección de un museo con la potencialidad del Guggenheim, pero ahora los departamentos municipales, los agentes de markerting metropolitano, los profesionales de la imagen, han sopesado los enormes rendimientos provenientes de albergar a los superdiablos capitalistas del planeta. Gracias a estas odiadas convenciones, la metrópoli adquiere enseguida una dimensión inaudita, su nombre se airea por todos los medios y se convierte repentinamente en el centro de la máxima atención. Hay que subvenir ciertos costes relacionados con el despliegue policial, la reparación del mobiliario urbano, el cierre de estaciones, etcétera, pero resulta una inversión de rentabilidad altísima si se compara con los dividendos de cualquier otra atracción. La ciudad adquiere, además, unas connotaciones positivas de altísima calidad y cantidad. Porque lo peculiar de estos movimientos de contestación moderna es que no tienen ninguna contestación y sí la adhesión de cualquiera. Ni los ministros implicados ni, mucho menos, las multinacionales se ponen en contra. La firma The Gap, por ejemplo, acusada de explotar niños en talleres del tercer mundo, lanzó recientemente una campaña con los colores anarquistas en las que se leía 'Independencia', 'Libertad', 'Somos el pueblo', sobre un surtido de vaqueros negros. Igualmente, previniendo Génova, un colectivo joven autodeclarado al servicio de los movimientos sociales, diseñó hace un mes en Barcelona la moda prêt-à-revolter en cuyo muestrario se incorporaba atuendo playero y de batalla atendiendo a que la reunión del G-8 se celebraría también junto al mar. Su diseñadora, Arale Chan, calificaba el producto como muy apto para una manifestación, con trajes dotados de protección, preparados para cámaras ocultas, concebidos para la acción y la diversión. ¿Banalización pues de la Revolución? ¿Revolución mediante la Banalización? Es decir: ¿La lucha del siglo XXI será fatalmente un teatro para ser real?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 21 de julio de 2001