Me he dado cuenta del inmenso esfuerzo que se hace preciso para defenderse ante el atropello legal que -seguramente y por lo visto- pueden cometer las deficientes leyes a las que estamos sometidos.
Si un honrado e inocente ciudadano necesita de la casi celestial protección de un cardenal, ¿qué manto no le hará falta a un presunto culpable de cualquier delito para enfrentarse a sus culpas sin temor a salir achicharrado?
¿De verdad que nuestra justicia democrática es esta cosa que nos estamos tragando?
Ahora procede ir preguntando por las calles a todo ser viviente que por allí circule: ¿cree usted que es inocente o culpable?
En cuanto haya la suerte de tropezar con uno que responda: ¡Inocente!, se le presentará en el informativo televisado y así no quedará duda de que la inocencia se ha presumido ¡por el ciento por ciento de la ciudadanía! España va como ya fue... ¡hace tantos años!
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 23 de julio de 2001