Quiero, desde esta carta, agradecer a nuestro querido señor alcalde que, como cada verano, nos recuerde la desgracia de haber nacido pobres, por tanto, obreros, y no disponer de chalé en la sierra o apartamento en la playa para así poder escapar del concierto de martillos y máquinas taladradoras con que cada verano el señor alcalde nos deleita cada vez más. Gracias, señor alcalde, por este concierto gratuito del que disfrutamos todos los madrileños que no podemos escapar del infernal ruido que soportamos durante todo el día y cada verano, año tras año.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 24 de julio de 2001