Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
COLUMNA

Retratos

En la exposición de retratos de Vázquez Díaz se pasa muy buen rato viendo a tantos personajes relevantes a quienes conocemos, ya sea por su obra o de oídas, y también por el placer que produce el constatar esa maestría del artista para dibujar como se le antojaba en cada momento. Así, tiene retratos que parecen esculturas, porcelanas, volúmenes geométricos, caricaturas o cómics; con trazos duros o suaves, con una línea precisa que descubre la forma, con rayado corto de grabado o con sombreados delicados. Una variedad que no es sólo el producto de una opinión sobre el modelo sino también de una decisión estética o capricho profesional del pintor, pues algunos retratos repetidos son tan diferentes entre sí que a primera vista parecen pertenecer a distintas personas. Hay personajes de cabeza pesada, como Ortega o Torres Quevedo; otros de cabeza liviana, como Cossío, Ramón y Cajal y Machado, a quien, si no lo conociéramos, lo adivinaríamos poeta; y otros están desvaídos con el misterio de la luz, como Ricardo Baroja o Salvador de Madariaga. Gerardo Diego es un maravilloso dibujo delicado, Ramiro de Maeztu está de mal humor, Palacio Valdés antipático, Rubén Darío agresivo y Pérez Galdós antiguo. Juan Ramón Jiménez y Unamuno están opacos, poco expresivos, Gabriela Mistral encierra mucho acierto y cariño y La Rejana es otra obra que me parece espléndida.

El catálogo de la exposición recoge artículos de Vázquez Díaz sobre pintores que conoció, con anécdotas y comentarios curiosos: hablando de Gutiérrez Solana, 'un grandullón campesino vestido siempre de oscuro', dice, por ejemplo, que tenía grandes ojos claros de mirada limpia, como su alma; en la mirada de Picasso, en cambio, veía tal fuerza de penetración intelectual que se adivinaba lo que pensaba. Renoir parecía un anciano por la dolencia reumática que le exigía atarse el pincel a los dedos con correas. De la pintura de Cézanne, a quien dice deber la orientación de su formación, opina que está 'batida a golpe de hacha'; y acusa a Gauguin de tachar a los pintores impresionistas de superficiales, 'buscando alrededor del ojo sin llegar al centro misterioso del pensamiento'. Todo ello es buen motivo para atreverse a desafiar el calor y visitar el Museo Provincial de Bellas Artes.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 26 de julio de 2001