Anoche estuve viendo en las fiestas del madrileño barrio de Chamberí a Olguita, hija de Olga Ramos y de El Pichi. Eso sí que fue el Madrid castizo que ya no existe, aquel del que sólo escuchábamos los cuplés de doña Olga. Y ahora ya no nos puede cantar porque no tiene dónde hacerlo.
¿Cómo se puede permitir que la historia acabe? Algo tan nuestro, tan castizo como los cuplés, que cuentan de los chulapos, sus romances y conquistas, con atrevida picardía; ¿dónde va a permanecer si no dejamos que nadie nos lo cuente? ¿Verdad, doña Olga? ¿Quién recordará eso si no lo podemos transmitir a nuestros hijos y éstos a los suyos? Para que así permanezca la huella de otros tiempos que se fueron en las generaciones que vendrán. No permitan que nos arrebaten las raíces, por favor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 27 de julio de 2001