Soy lectora de EL PAÍS desde que se fundó. Esta fidelidad me ha costado muchos reproches y encasillamientos del tipo izquierdista. No importa. Aquí sigo en la brecha, y, como dice bien Luis Andrés Muñiz García, nos haría falta una oficina para el recorte y archivo de noticias y artículos que nos interesan. A pequeña escala sí lo hago, y contribuyo con ello a mantener informados a familiares, conocidos y amigos.
Quiero unirme al lector mencionado con mi propio extraño juego de casualidades. Acabo de volver la semana pasada de Siria y Jordania. Pasé por Alepo con el libro de Rosa Regàs debajo del brazo, por el castillo del 'Crac de los caballeros', que relata Amin Maalouf en Las cruzadas vistas por los árabes, y acabo de comprar El viaje de Baldassare, del mismo autor. También he recibido por Internet copia del testamento vital de García Márquez, que me ha provocado volver a leer Cien años de soledad.
Ya somos dos los que pensamos que su periódico escribe pensando sólo en nosotros dos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 29 de julio de 2001