Ocho partidos, ocho victorias. España ha hecho un campeonato perfecto, que difícilmente se puede conseguir en la élite de ningún deporte colectivo si a la calidad individual no se une el engranaje justo de todas las piezas. El waterpolo es un gran ejemplo desde hace años. Se ha ido adaptando a los nuevos tiempos con una mentalidad siempre positiva. De los principios sólo catalanes se ha pasado a una diversidad geográfica que ha dado los mejores frutos.
El deporte acuático, a diferencia del balonmano, en el que no había una base regional definida, sí la tuvo (como el hockey sobre patines, aunque éste con éxitos más limitados por sus proporciones internacionales). Cataluña no sólo aportó jugadores de la tierra, sino que los jugadores que despuntaban acababan jugando en sus clubes, los únicos potentes. La subida al mejor nivel del Canoe madrileño, ganando los máximos títulos, y la nacionalización del cubano Iván Pérez, un portento físico para pegarse en el ingrato puesto de delantero centro con los marcadores rivales, ha acabado de convertir la mezcla de jugadores en una explosiva fuente de medallas.
El seleccionador, Joan Jané, ha sabido recoger los frutos de la larga lucha anterior, en la que también estuvo como jugador. El técnico croata Dragan Matutinovic, que llevó a España a la final del Mundial de Perth 91, fue clave para el gran salto a las medallas después de sufrir muchos años como el balonmano. Matutinovic, como en pequeñas dosis han expresado también otros entrenadores contratados para Barcelona 92, o incluso deportistas después, como la esgrimista Taimmy Chappé o la saltadora Niurka Montalvo, recalcó a los jugadores que tenían dos brazos y dos piernas como los grandes monstruos húngaros, rusos o yugoslavos. Ni más ni menos.
Por ley de vida, los más veteranos han empezado a decir adiós después de Sydney (casos de Estiarte, Sans y García), pero aún queda una base antigua (Gómez y Rollán, sobre todo) y otra que se ha ido incorporando casi sin solución de continuidad, como Ballart, Marcos o Pedrerol, y cuatro hombres del Canoe: Hernández, Sánchez Toril y los hermanos Moro. De los últimos llegados (junto a Ángel Andreo y Carles Sanz), la estrella es Guillermo Molina, un ceutí de sólo 17 años, que después de estos Mundiales, en los que incluso acabó ayer la final como titular, jugará otros dos Europeos de categorías inferiores este verano. Y siguiendo la línea de Estiarte, dejará el Club Natación Barcelona para irse al Pescara, uno de los clásicos equipos de la élite del waterpolo, donde jugó, y en la ciudad donde se casó y vive el que fuera mejor jugador del mundo, ahora miembro del Comité Olímpico Internacional por la comisión de atletas.
Italia es el paraíso del waterpolo fuera de Cataluña, pues hasta el Canoe madrileño, pese a sus títulos, ha quedado abandonado por problemas económicos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 30 de julio de 2001