Acudí el otro día a la Secretaría de la Universidad de Barcelona para solicitar el título de licenciado en Derecho que creía al fin merecer tras aprobar todas las asignaturas.
Parecía, definitivamente, el final de un largo túnel, pero la señora de la Secretaría me informó con amabilidad de que, pese a que había superado todos los créditos necesarios, no me iba a ser posible obtener el título que me abrirá las puertas de nuestro exuberante y munificiente mercado laboral. El problema radica, al parecer, en una asignatura optativa de la que me matriculé en el año 1996, ya que introduje el código correspondiente al primer ciclo, cuando debería haber introducido el del segundo. Este 'problema' es absolutamente insalvable, nada que hacer al respecto -me informó la señora de la Secretaría- salvo hablar con el Jefe de Estudios. El Jefe de Estudios ratificó la versión de la señora de la Secretaría (ellas son las únicas depositarias del arcano del sistema de matriculación y créditos), y me informó de que podía escribir una instancia al rector, pero -ya me lo adelantaba él, con kafkiana clarividencia- no iba a servir de nada. El resultado de todo esto -si el magnífico rector no lo remedia- es que tendré que matricularme (y pagar) de nuevo, esta vez prestando atención al código de una asignatura optativa y mi padre tendrá que esperar otro año más a descorchar la botella de Vega Sicilia con la que piensa recibir al primer licenciado de la familia. Acabará por estropearse el vino, señores burócratas, y eso sí que sería una pena.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 31 de julio de 2001