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A LA MANERA de Camilo J. Cela

BODEGÓN AGOSTINO

Mi tío Evangelino, que en paz descanse, me enseñó que en agosto el mejor remedio para aplacar las humanas urgencias de la carne consiste en poner los huevos en remojo dentro de una palangana bien surtida de hielo molido sobre un manto de serrín previamente ablandado con orina de garañón pirenaico. Cuando, tras una canicular siesta, me levanto con un mástil digno del más zaragatero de los Príapos, pongo en práctica el familiar consejo. Para contener los escozores de entrepierna, me bajo el calzón sobre el balsámico receptáculo y espero a que amaine la erupción cutánea. Por la ventana, diviso la playa y sus mamíferos, liderados por un voyeur que se quedó ciego de tanto practicar la gonorrea como pasatiempo testicular. Pellejos y turgencias a granel, avispados chuletas huérfanos de colmena, cornamentas mil y jamonas untándose el tetamen con lipoideos potingues atrapamoscas completan este bodegón de ladilla y muy señor mío. Macarras y gurriatos en pos de burracas a las que beneficiarse vocean como el vendedor de helados, que extingue los más sórdidos apetitos del respetable con fálicas reproducciones de levantina arquitectura. Respetables padres de familia le tiran los tejos a sus cuñadas, que, bien Dios lo sabe, darían lo que fuera para que su poco caballeroso marido se ahogase, sin dejar rastro, en alta mar. Mas, por desgracia, no caerá esa breva: el marido de marras bracea y con la corrupta y sibilina sinuosidad de una medusa, practica el abordaje con las turistas mientras, a través de la lupa de su calibrado cipote, analiza las diferencias entre joder con barraganas patrias o retozar con pedangas de importación. Los adolescentes, pavos de edad indefinida, se echan cuerpo a tierra para disimular, además de su explosivo acné de origen juvenil, sus obvias rubefacciones, incapaces de librarse de la onda expansiva que emana de sus pizpiretas amigas, mozas de ubérrimos modales que, entre chillidos gallináceos, aporrean una pelota que no cabe en braguero. La belleza de algunos homosapiens sexados por el Altísimo sienta jurisprudencia. Cuando noto que mi pudibundez marca las seis y media en lugar de las doce, y tras mandar mis más lascivos pensamientos a que les den, con perdón, por la retambufa, salgo a pasear a mis dos perros, Sodoma y Gomorra, a los que, por su propio bien, y teniendo en cuenta cómo está el patio, me tomé la molestia de capar.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de agosto de 2001