Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
COLUMNA

Nicot

MARTÍ DOMÍNGUEZ

Me pregunto si ha dado algún resultado la publicidad antitabaco emitida estos meses pasados en televisión. Desde luego, a mi alrededor la gente sigue fumando como siempre, e incluso algunos amigos se han pasado al 'purito', con gran regocijo ante el placer del nuevo vicio adquirido. Alejandro Dumas hijo se preguntaba si el verdadero fumador es susceptible de sentir amistad: 'Obligado a optar entre el amigo y el cigarro, ¿a cuál renunciaría?'. Es una buena pregunta, aunque la respuesta parece evidente. Eso, claro, no significa que el verdadero fumador no pueda tener amigos, pero han de ser fumadores. O pacientes inhaladores de humo ajeno. Cuando un amigo nos pregunta si nos importa que fume, resulta muy difícil decirle que no, y si lo haces en seguida descubres en sus ojos una cierta incredulidad: '¿No pretenderás que esté toda la noche sin fumar?'. Aunque peor es cuando intenta que el humo no nos afecte, y aleja el cigarrillo, o lo oculta debajo de la silla, en una contorsión un poco grotesca. Porque suele ocurrir que finalmente es el humo ('venenoso', escribe Dumas) de la mesa de al lado el que llega a nuestras narices, donde otro educado contorsionista hace equilibrios con su cigarrillo. La verdad es que resulta sorprendente que Dumas hijo escribiese en pleno siglo XIX una diatriba antitabaco. ¡Qué hubiese dicho el autor de La Dama de las Camelias de saber que el tabaco produce cáncer! Ya Voltaire, el año 1762, comentaba con escepticismo: 'Se sugiere a los hombres controlar sus pasiones... Intentad tan sólo impedir tomar tabaco a uno acostumbrado a hacerlo'. En fin, quizá lo más curioso sea que el tabaco se introdujo en Europa como planta medicinal: en 1560, el embajador Jean Nicot regaló a Catalina de Médicis unos polvos de tabaco traídos desde Florida para curar con emplastos las migrañas. Catalina, agradecida, los llamó 'nicotiana'. Nicot nunca supo los efectos secundarios que producía, y murió con la enorme satisfacción de observar como su planta hacía fama en Francia. Hasta el extremo de ser conocida con el sobrenombre de la 'Hierba Santa'.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 5 de agosto de 2001