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ATLETISMO | Campeonatos del Mundo de Edmonton

Mucha marcha, Márquez

Al español le sorprendió tanto su quinto puesto como el hundimiento de Paquillo

Paquillo Fernández es un valiente. Un tremendista. Un suicida que se empeñó en mostrarse en la cabeza todo lo que pudo para, a falta de dos kilómetros, quedarse seco, parado, exhausto.

David Márquez, joven, frío, rubio, 24 años, alto de 1,83, y delgado de 60 kilos, reputado por su fina técnica, es el hombre agazapado del atletismo español. Antes de la prueba de 20 kilómetros marcha era una presencia inexistente, a la sombra de un Paquillo Fernández que asumió sobre sus magras espaldas toda la responsabilidad de la marcha española. Durante la prueba fue otra presencia casi invisible, siempre presente en el pelotón de cabeza, aguantando las sucesivas reducciones. Estuvo en el pelotón de 35, siguió cuando se quedó en 25, y también cuando fueron 12 los que resistieron el ritmo acelerado de tres rusos enloquecidos y ansiosos.

Y cuando sólo quedaban cinco, y el pobre Paquillo, figura enjuta, se había retirado doblado por el dolor y la falta de fuerzas, también seguía allí David Márquez, detrás del trío ruso, de Markov, el veterano campeón del mundo de Sevilla 99, de Burayev, el jovencito (19 años), el primer júnior que ha ganado una prueba de la Copa del Mundo y de Rasskazov, el mediano, el triple campeón de Rusia, y detrás del australiano Deakes, otro corredor de su misma generación. Iba con ellos. "Y en algún momento llegué a pensar que podría ganar una medalla, que podría subir al podio", dijo luego. Pensaría en el ejemplo de María Vasco, su compañera de equipo en Barcelona, que perseveró y alcanzó el bronce en Sydney. Paquillo, mientras tanto, se lamentaba. "Me he sentido fatal" dijo, "pero me dije que no podía ir mal, que mis sensaciones eran falsas, y por eso me fui delante, con los rusos, para demostrarme mi error. Y allí me quedé seco".

Cuando los tres rusos, a falta de un kilómetro, lograron por findespegarse de los dos que les sobraban, y se fueron uno tras otro a por las medallas prometidas (oro Rasskazov, plata Markov, bronce Burayev), Márquez se quedó tras Deakes. "Y pensé también que le podía coger. La verdad es que tenía fuerzas, pero me fallaron las piernas". En la húmeda tarde de Edmonton, tras rodar por enormes avenidas, casi autopistas, llegó quinto a la meta. Lo que tampoco estaba mal para sus aspiraciones, pese a que un triunfo en junio en Copa de Europa en A Coruña le había hecho persuadirse de sus posibilidades."Esperaba como mucho quedar entre los ocho primeros, pero no ser quinto. Lo que tampoco me esperaba fue el desfallecimiento de Paquillo", reconoció.

Los rusos, que repitieron el monopolio de podio logrado por la marcha soviética en los Juegos de 1956, en Melbourne, reivindicaron desde el triunfo la pervivencia de la escuela soviética de marcha. "Me siento orgulloso de haber competido cuando la URSS estaba todavía intacta", dijo Markov, el veterano, de 29 años, que actuó como portavoz de sus compañeros. "Este triunfo es una victoria de la tradición soviética".

Markov, campeón en Sevilla, sólo fue 15º en Sydney, a donde llegó apenas recuperado de las lesiones que le produjo un accidente automovilístico pocas semanas antes. Márquez, menos patriota,también podría reivindicar la escuela catalana. O sea, el trabajo de Marín o Llopart, antiguos marchadores que no cesan de crear cantera. Márquez practicaba el atletismo en la escuela Viladecans, cerca de Barcelona, cuando le detectaron para la marcha. Trabaja con Marín, junto a Vasco y Valentí Massana, el hombre de la generación anterior, siete años mayor, el marchador al que poco a poco le va pisando los récords. El último, el de los 30 kilómetros, marcha, por supuesto.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 6 de agosto de 2001