El último salto oficial de Heike Dreschler midió 4,45 metros. Fue el salto del orgullo. El salto de despedida de la más grande saltadora de longitud de la historia. Fue el segundo salto de la serie clasificadora. El primero fue nulo. Un nulo desgraciado. "Vine muy bien preparada, pero caí mal en la arena y me hice daño en el muslo", dijo la leyenda alemana. Con un vendaje de urgencia intentó paliar el desgarro muscular. Se lanzó veloz en el segundo intento. Empezó a cojear y terminó saltando de pie. 4,45 metros. No fue capaz de intentarlo de nuevo.
Heike Dreschler tiene 36 años. Es más que probable que no pueda estar competitiva dentro de dos años en el Mundial 2003 de París. La medalla de oro en Sydney que la convirtió en la más veterana ganadora nuca de una prueba de longitud, será su último gran trofeo. Es una mujer prodigio. Fue niña prodigio y saltó 7,14 metros a los 17 años. A los 18 años, en 1983, ganó en Helsinki el primer Mundial nunca celebrado cuando simplemente era Heike Daute, una niña más de la factoría de Alemania del Este.
Notable velocista y también magnífica heptatleta (llegó a 10,91s en los 100 y a 21,71s en los 200) desapareció del mapa poco después del éxito de Helsinki. Parecía una más de las estrellas fugaces de los tiempos aquellos, con apariciones medidas en los grandes acontecimientos Plata en Seúl 88 y oro en Barcelona 92, ya a los 27 años. Aquello fue el inicio de una segunda fase de su carrera, una etapa madura, sólo interrumpida de cuando en cuando por las lesiones (se operó de una rodilla y de los dos tendones de Aquiles). Fue la fase que la convirtió en una veterana prodigio, una saltadora con una gran capacidad de competir en los grandes momentos. Había soñado con un gran Edmonton, pero se tuvo que despedir a la pata coja.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 6 de agosto de 2001