No creo que haya en ninguna literatura contemporánea un caso de identificación tan profunda entre un autor y su mundo como el de Jorge Amado y Bahía. Jorge Amado se definía a sí mismo como un "un bahiano romántico y sensual". Para los habitantes de Bahía, un mundo de mestizajes complicados: negros cuyos antepasados llegaron en los barcos de la trata, indígenas de ascendencia precolombina, portugueses, gallegos, escandinavos, Jorge Amado fue mucho más que un escritor, fue el hombre que les reveló su propio mundo.
"Sus novelas reflejan el Brasil contemporáneo en su falsa alegría, en su desesperanza y en su ternura"
"Le fue concedido el premio Stalin y, posiblemente por haberlo ganado, nunca le dieron el Nobel"
Si el Brasil es un ámbito caracterizado por la miscigenación, esta mezcla racial alcanza su paroxismo en Bahía. Todos en Bahía, los niños de la playa, retratados por Jorge Amado en una novela prodigiosa, Los capitanes de la arena, las prostitutas sentimentales, como Teresa Batista, los vagabundos como Quincas, protagonista de uno de los mejores relatos breves de la literatura universal, La muerte y la muerte de Quincas, todos conocían y amaban al poeta. Un poeta que nunca escribió un poema pero sí un centenar de novelas en las que el mundo de Bahía, y como fondo, el Brasil contemporáneo quedaba reflejado en su falsa alegría, en su desesperanza y en su ternura.
En la ciudad alta de Bahía se alza su Fundación, donde se recogen los originales de sus obras -muy pocos, porque el descuido de Jorge Amado, los muchos años de exilio y de vagabundaje, las persecuciones políticas, no le permitieron conservarlos todos- y junto a los originales las traducciones a cientos de lenguas. No creo que haya en la literatura contemporánea un escritor más traducido que Jorge Amado.
Nació en 1912 en Itabuna, en Bahía. Su padre era un hacendado del cacao que pasó por diversas etapas de prosperidad y de ruina. El mundo de las plantaciones aparece reflejado en una de sus primeras novelas titulada Cacau, publicada en 1933. Fue casi su debut en la literatura. Militaba ya en el partido comunista brasileño. La primera época de Jorge Amado que los críticos sitúan entre 1930 y 1960, se enmarca dentro del realismo socialista. Escribió entre estos años una biografía de Luis Carlos Prestes, la gran figura del comunismo brasileño. La disciplina de partido le obligó a crear series narrativas como Los subterráneos de la libertad, en 1952.
Pero más que estas novelas inspiradas en el realismo estaliniano, valen otras, de la misma época en las que Jorge Amado observa la realidad del país, manteniendo incólume su realismo crítico pero poblando las páginas de sus narraciones con personajes arrancados del retablo prodigioso de Bahía. Son novelas como Tierras del sinfín, Cosecha roja, en las que el tema, la miseria del Noreste, las migraciones a los arrabales de las ciudades, la explotación de los campesinos, le permiten entrar en lo profundo del alma soñadora y desesperada, de los vencidos, los eternamente derrotados, humillados y ofendidos.
Pasó Jorge Amado por el honor de que la dictadura quemara en las plazas de Bahía sus libros. Él mismo tuvo que marchar al exilio, tras conocer la cárcel y la persecución. Desde adolescente se había formado en la lectura de la novela proletaria de la Rusia soviética y del realismo norteamericano, sobre todo en Steinbeck. Le fue concedido el premio Stalin y, posiblemente por haber ganado este premio, nunca le concedieron el Nobel, para el que aparecía propuesto año tras año.
En sus memorias, publicadas bajo el título de Navegación de cabotaje, narra su infancia, su toma de conciencia política, sus luchas en el Parlamento brasileño y luego los muchos años de exilio. Nunca renunció al marxismo, por más que la decepción y la amargura marcaron sus últimos años a partir de la caída del estalinismo. Nunca fue Jorge Amado un doctrinario, y estoy seguro de que jamás leyó a Marx ni a Zidanov ni a Lenin. Su marxismo venía de una profunda raíz solidaria y del amor sin límites a las gentes de su Bahía, a los humildes, a los que soportan la jauría maldita de los triunfadores.
A partir de 1958 el mensaje político se hace menos evidente. Sus novelas cobran una dimensión más anecdótica. El punto de inflexión lo marca en 1958 la novela Gabriela, clavo y canela. Pueblan sus relatos, a partir de este momento, vagabundos generosos, con la generosidad de quien nada puede ofrecer, a no ser una sonrisa y una bella historia que contar; prostitutas sentimentales, niños abandonados, truhanes enamoradizos. Es ya el mundo de Jorge Amado, colorista, aparentemente alegre pero marcado por la desesperanza. En el país del carnaval todo exceso de alegría encubre una amargura oculta por pudor y por respeto a los demás. Sus novelas son ya testimonios líricos, sentimentales, historias de amores y de locura, de noches en las que el misterio profundo de la ciudad cobra una extraña dimensión poblada de nostalgias fantasmales.
Esta fue la gran época de Jorge Amado. Obras maestras como Los viejos marineros, que acaba de publicarse en español con el título de Capitán de altura, Doña Flor y sus dos maridos, Los pastores de la noche y tantas otras crearon una mitología. Hoy, Bahía se parece a la Bahía de Jorge Amado como si el autor hubiera creado su mundo cuando, en realidad, lo que hizo es penetrar en él, integrarse en sus héroes cotidianos, vivir con ellos el humor, la ternura, la gracia y la desesperanza. Jorge Amado se convierte así en un personaje de Jorge Amado. Él mismo era generoso, melancólico y de una profunda nobleza que le venía de su raíz labriega y de su concienciación política.
Cuando, vuelta al Brasil la democracia, fue recibido como un héroe, cubierto de honores, condecorado con todas las cruces imaginables, alguna incluso inventada para él, cuando entró en la Academia y era el personaje más querido y más popular del Brasil, a la altura de los cantantes y los héroes futbolísticos, prefirió seguir en su mundo, en Bahía.
Hoy, cuando recorremos las playas o los callejones de la ciudad alta o las plazas barrocas, vemos pasar a los personajes de Jorge Amado, vemos a Doña Flor con el problema nada dramático de vivir con dos maridos, uno de ellos un fantasma. Vemos al comandante Vasco Moscoso de Aragón, capitán de altura, soñando con islas pobladas de mulatas, navegando mares que nunca existieron, inventando historias que nunca sabremos hasta qué punto fueron verdad.
La oralidad es un elemento central de la obra de Jorge Amado. Sus relatos conservan sobre el papel la gracia casi espontánea de la narración oral, una especial complicidad con el lector, como si quien escribe estuviera hablando ante un corro de oyentes.
Hace unos años, quizá dos o tres, en el caos inmenso en que se había convertido la obra de Jorge Amado, cientos de ediciones de alguno de sus libros, sin corregir jamás y cubiertas de erratas, se introdujo un principio de depuración: por el cuidado minucioso de Paloma Jorge Amado, hija del autor, que corrigió los textos y preparó una edición definitiva, no una edición crítica porque faltan los originales y no se señalan las variantes. Una editora portuguesa, Publicaçoes Don Quixote, lanza en volúmenes de 700 páginas la obra completa de Jorge Amado. Han aparecido seis volúmenes, y cuando se complete la edición, quizá 30 volúmenes más, este conjunto será al mismo tiempo el testimonio de la vida de un hombre, de una época, de una ciudad, de un país. Y el testimonio de una ilusión que fracasó. Si un gran escritor tiene siempre un mundo propio y un lenguaje propio para expresarlo, Amado como Faulkner, como Rulfo, creó mundos, creó lenguaje.
Basilio Losada, catedrático, es el traductor al castellano de Jorge Amado y de otros autores en portugués.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 7 de agosto de 2001