Ante una moral rígida la inteligencia nunca saldrá ilesa, y viceversa. Inteligencia y moral son grandes fieras que sólo se enfrentan en las charlas apasionadas de los niños y en otras pesadillas. No son reales.
Un ejemplo entre mil: Un abolicionista del toreo ¿debería aceptar la supresión de esa actividad, escalonada en cinco años, o debería negarse a negociar mientras no se le garantizara la inmediata supresión del toreo? Este tipo de dilema es bárbaro y ancestral, pero inagotable, ser puros mientras matan a todos, o salvar a casi todos siendo impuros por dejar morir a unos pocos.
Negociar siempre es perder algo de la moral inmarcesible o del beneficio total. No negociar es catástrofe sin fin. Pues así pasa con todo, de las pateras a ETA, de la droga al armamento, de las epidemias a los planes de estudios.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 7 de agosto de 2001