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REPORTAJE

El grupo U2 triunfa en Barcelona y hace vibrar con su magia a 18.000 personas

La banda irlandesa, que encabeza Bono, ofreció anoche un magnífico concierto en un abarrotado y entregado Palau Sant Jordi, donde repasó sus viejos y nuevos temas en la única actuación en España de la gira 'Elevation tour'.

Pasaban pocos minutos de las diez y media de la noche, es decir, más de media hora de retraso sobre el horario anunciado, cuando las últimas notas del Sargent peppers de los Beatles presagiaron que algo iba a ocurrir. Y ocurrió: con todas las luces del polideportivo encendidas, las del escenario apagadas y, como quien no quiere la cosa, los cuatro integrantes de U2 fueron dirigiéndose pausadamente a sus instrumentos arropados por el griterío general. Un inicio ajeno a los cánones del pop-rock al uso para dejar ya claro desde el primer momento que U2 no son un grupo al uso y que el único canon que les rige es el suyo propio.

Sin mediar palabra Bono, totalmente vestido de negro, se plantó en el centro del escenario y, tras persignarse rodilla izquierda hincada en tierra, miró desafiante a los 18.000 espectadores que llenaban el Palau de Sant Jordi. Con toda seguridad esa sola mirada a la cancha enardecida y el recuerdo de que las entradas se habían agotado en tan sólo seis horas fueron suficientes para resarcirle del mal trago pasado, semanas antes, en el mismo recinto cuando se vio obligado a cantar ante una reducida e insípida audiencia a pesar de tratarse de un hipotético concierto benéfico para recaudar fondos destinados a la Fundación Mandela. Nada que ver: esta vez Bono estaba allí en cuerpo y alma (¡no sólo en cuerpo!) y su público era realmente su público.

Las notas hipnóticas de Elevation, justo el tema que da título a la primera gira de U2 en cuatro años, marcaron un inicio ya en las nubes. Brazos en alto y luces encendidas, para que todo el mundo pudiera verse las caras, dieron paso, ya con el siguiente tema, Beautiful day al segundo protagonista de la velada: un escenario mucho más sencillo que en su anterior visita, pero tremendamente efectivo. Una larga pasarela en forma de corazón se adentraba entre el público (al mismo tiempo limitaba la valla sueca), luces zigzageantes marcaban sus bordes mientras Bono y The Edge se lanzaban ya a la carrera por ella rozando a los apretados seguidores de las primeras filas.

Todo muy cercano en su gigantismo. Cuatro inmensas pantallas de vídeo (en glorioso blanco y negro) situadas sobre el escenario seguían a cada uno de los músicos; otras dos en los laterales se centraban esencialmente en Bono (son un cuarteto pero el divismo marca su ley y se nota). Juegos de luces y proyecciones que escapaban de los límites del escenario para incluir en él al público fueron puntuando cada nuevo tema; sin excesos e, incluso, con un entrañable aire retro (Bono, guitarra acústica en mano, iluminado por un único y minúsculo foco no es una imagen habitual en un macroconcierto de rock). Posteriormente descendieron unas enormes redes móviles destinadas a crear gigantescas sombras chinescas con la figura de Bono que interpretaba a media luz New York. Sensacional: tecnología punta al servicio de una sencillez terriblemente comunicativa y, además, bella sin necesidad de aparatosidades gratuitas.

A lo largo de más de dos horas, Bono y los suyos fueron repasando la mayoría de temas de su último y premiado cedé All that you can't leave behind (no todos, un par se quedaron en el tintero), intercalando las necesarias canciones anteriores e incluyendo alguna sorpresa como ese Spanish eyes que no han cantado en el resto de la gira y que se reservaron exclusivamente para Barcelona. Versiones interpretadas con una inmediatez reconfortante en la que se basa una de las mejores bazas de la banda en directo, inmediatamente detrás, por supuesto, de ese carisma escénico de Bono que irradia un magnetismo muy especial en casi cualquier situación y hace creíbles por igual baladas de alto contenido social como temas simplemente basados en un ritmo trepidante.

Cumpleaños de Edge

En la noche de ayer las situaciones especiales volvieron a repetirse cuando, hacia la mitad del concierto, todo un Sant Jordi le cantó el Happy birthday a un Edge que esa noche alcanzaba la cuarentena. Un tema acústico a medias con Bono (al parecer algo tradicional de su tierra especial para estas ocasiones) y un par de botellas de champaña (¿o sería cava?) abiertas al estilo de los campeones de fórmula uno y compartidas con las primeras filas redondearon la anécdota.

Un momento tranquilo al que siguieron versiones acústicas de Desire y Stay antes de que, ya con la electricidad subida y el respetable totalmente excitado (tapando incluso con sus coros la voz de Bono) se iniciara la recta final.

Una recta final apabullante para demostrar que las anécdotas eran anécdotas y que lo esencial de la velada era la música. La luz volvió a inundar el Sant Jordi: rojo, amarillo, azul y verde en un torbellino embriagador que desembocó en el gritó unánime de Love puntuando el estribillo del último tema oficial del concierto su ya clásico y aun efectivo Pride, no presente en otros conciertos de esta gira.

El inmenso corazón quedó iluminado a la espera de los bises que se hicieron esperar con la preencia de un gran rótulo luminoso en el fondo del escenario denunciando en castellano que los cinco integrantes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas son los cinco mayores traficantes de armas del planeta.

Tras ese toque de toma de conciencia política habitual en todos los conciertos de U2, la misma pantalla fue acogiendo imágenes cambiantes de guerras y desastres político y sociales recientes mientras el cuarteto irlandés concluía su concierto recurriendo a otros temas también clásicos de su repertorio como Bullet the blue sky, Wake up dead man o With or without you, invocando la memoria de Nelson Mandela y los ya clásicos saludos en catalán debidamente memorizados. Un total de cinco bises interpretó U2 entre el delirio del público y concluyó con otro tema, Walk on, que tampoco ha estado presente en todos los conciertos de esta larga gira que se inició en Miami (Estados Unidos) el pasado 24 de marzo y que concluirá el próximo 25 de agosto en el castillo Slare, cerca de Dublín. La banda irlandesa ha querido cerrar su gira mundial en su propia ciudad para conmemorar los 20 años de su primer gran concierto en ese mismo escenario como teloneros del grupo Thin Lizy.

Stereophonics fueron los encargados de telonear a los divos irlandeses y lo hicieron a un volumen atronador, de lo más alto que se ha oído en el Palau Sant Jordi en estos últimos tiempos. Un volumen por encima de lo admisible y un sonido bastante sucio, fueron las únicas cosas realmente destacables de una actuación seguida con atención por una parte de los privilegiados inquilinos de la valla sueca (tal vez por aquello de la cercanía) y con una cierta indiferencia por la mayoría de asistentes que, en esos momentos, todavía estaban llegando al polideportivo olímpico (en el exterior las colas ante las dos únicas puertas de acceso eran importantes) en una noche en la que los ya lógicos embotellamientos a las faldas de la montaña de Montjuïc habían sido el preludio agrio a un concierto dulce como pocos.

U2 ha dejado muy claro en Barcelona que, a pesar de sus grandes éxitos discográficos (millones de copias vendidas y numerosos premios), siguen siendo un grupo de directo. Uno de los mejores grupos de directo que corren en este momento por los escenario internacionales.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 9 de agosto de 2001