La derrota de Marion Jones en la final de 100 metros parece que sucedió hace un año. La estadounidense sale de Edmonton con mayor prestigio del que traía, como si eso fuera posible. Pero es cierto. No se trata de una cuestión de marcas, aunque sus dos oros -200 y relevos 4x100- y una de plata son un botín más que considerable. Desde la comparación, Jones sufre demasiado con respecto a sus últimos años. Sus tiempos han sido discretos y ha sufrido su primera derrota en el 100 desde 1997. Si la regresión es pasajera o de largo recorrido, se verá en el futuro. En cualquier caso, su posición como reina del atletismo es indiscutible.
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El caso de Marion está relacionado con el efecto que produce en la gente. Todos los aficionados deseaban que remontara la derrota ante Pintusevich, en gran parte porque su reacción fue ejemplar. No buscó excusas, no se lamentó, felicitó a su rival, mostró la misma sonrisa sincera que en sus mejores tiempos y volvió. Se arriesgó en el 200 a una nueva derrota, pero aceptó el desafío.
A la gente le importó menos su mediocre marca que el respeto de la estrella por su profesión. En ella todavía se observa la cálida relación con el atletismo, la clase de afecto que tenía cuando estuvo a punto de conquistar un puesto en el equipo olímpico de Barcelona 92. Entonces contaba 16 años y corría por amor a lo que le gustaba en su barrio de Los Ángeles: competir, sin ningún otro añadido. No la movían ni la fama, ni el dinero. Ahora es más famosa que ninguna otra atleta y, sin duda, la que más dinero gana. También es una mujer de 25 años con un palmarés envidiable y un matrimonio roto. Podría pensarse en una aproximación más cínica a la competición, pero no es así.
Por supuesto, Marion Jones ofrece todas las características de las celebridades del deporte. Se ha rodeado de un equipo de entrenadores, consejeros legales y comerciales, médicos, fisioterapeutas personales. Resulta casi imposible acceder a su entorno más próximo, hasta el punto de que nada se sabe de los motivos de su divorcio con el lanzador de peso C.J. Hunter. Un muro de silencio rodea todo este asunto y casi todo aquello referido a la vida personal de una mujer marcada por el abandono de su padre cuando era una recién nacida.
La celosa protección de su vida privada y su categoría de estrella no significa que se comporte como una diva. Pero, al contrario que muchos de los mejores velocistas americanos, Marion es amable y discreta. Nunca resulta excesiva, ni en la victoria, ni en la derrota. En la pista transmite la alegría que se ha perdido en muchos de los grandes atletas.
Para la gente, Marion Jones supone la supervivencia de un cierto estilo que se ha perdido en los últimos años con el dominio de las sectas de agentes, entrenadores y empresas comerciales. Por eso, los aficionados desean verla en las pista. Gane o pierda. Y por ello, Marion Jones ha salido reforzada de Edmonton, con el valor añadido que eso significa para el atletismo, tan poco sobrado de héroes con carisma.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 13 de agosto de 2001