Vivimos pendientes de nuestra silueta. Sobre todo estos días, cuando en la playa descubrimos esos inquietantes kilos de más. En vano contenemos la respiración o adoptamos un gesto de adusta indiferencia: en seguida aparece el inevitable musculitos que te advierte con cierto entusiasmo: “¡Ese michelin!”. No hay duda: durante el invierno has criado lo que el diccionario del argot español define como ¡rollos de grasa alrededor de la cintura! ¡Qué horror! ¡Sin pensártelo te has transformado en el monigote de los hermanos Michelin! Porque los regordetes André y Edouard Michelin se hicieron riquísimos con la fabricación de neumáticos, hasta el extremo de ser mecenas de numerosas actividades culturales, realizar conocidísimas guías de viaje y dotar un famoso trofeo de aviación. De este modo, hicieron muy popular el rechoncho logotipo, que, como suele ocurrir, se parecía en algo a los amos. En cambio, el señor Charles Goodyear, que fue el descubridor de lo que los científicos llaman el proceso de vulcanización del caucho, y que permite la fabricación de la goma de los neumáticos, murió en la más absoluta pobreza, cargado de deudas. ¡Qué gran hombre! Por supuesto, ahora que lo veo en un grabado, sin un michelin. ¡Faltaría más! Pero así son las cosas: nadie recuerda al flaco Goodyear y todos hablan, aunque sea sin saberlo, de los gordos Michelin. Ya ven cómo perduran los nombres en la historia de los pueblos. Porque ¿quién recuerda al simpático Étienne de Silhouette? Ministro de Finanzas de Luis XV, fue amigo de los philosophes hasta que les hizo pagar más impuestos. Entonces se vió obligado a dimitir, se retiró a su château de Brie-en-Marne, y se entretuvo pintando en las paredes ¡las sombras de los rostros de sus amigos!
El castillo era grande y el ministro tenía todo el tiempo del mundo: allí, sin pensárselo, con su portrait à la silhouette, consiguió dar a su nombre un prestigio que no había conseguido como legislador. Ya nadie recuerda a monsieur de Silhouette, pero todos vivimos pendientes de nuestra silueta. Y así sobreviven los nombres en la historia, como una auténtica sombra de lo que fueron.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de agosto de 2001