Nunca pide nada, se adapta a todo y a todos. Que le dicen que al ataque, allí se pone. Que toca desplazarse a un costado, allí se va. Que más atrás, pues vale. Raúl no abre la boca jamás. Juega donde le dicen y, como su fútbol es universal, aparece. La mayoría de las veces, con el gol bajo el brazo. Y siempre para sacar de apuros a su equipo. Para resolver. Como ayer. Tres goles suyos le entregaron al Madrid la Supercopa, el primer título de la temporada. Tres goles (en realidad marcó cuatro, pero Iturralde precipitándose en una jugada que exigía la ley de la ventaja, le quitó el primero) y buenos tramos de juego, especialmente cuando se asoció con Figo. Ambos, tal vez heridos por la cuota de protagonismo que les ha robado Zidane, tiraron del Madrid en sus mejores fases.
REAL MADRID 3| ZARAGOZA 0
Real Madrid: Casillas; Míchel Salgado, Hierro, Karanka, Roberto Carlos (Solari, m. 85); Makelele, Flavio; Figo, Zidane (Savio, m. 72); Raúl y Morientes (Guti, m. 66). Zaragoza: Laínez; Sundgren, Aguado, Paco, Ezquerdinha; Galleti (Cuartero, m. 59), Acuña, José Ignacio, Aragón (Yordi, m. 73), Vellisca (Juanele, m. 78); y Jamelli. Goles: 1-0. M. 74. Córner que saca Figo desde la derecha, Hierro cabecea y Raúl, también de cabeza, marca en el área pequeña. 2-0. M. 80. Envío de Figo desde la banda derecha, Raúl se adelanta a Paco al borde del área pequeña y toca con suavidad para marcar. 3-0. M. 90. Taconazo de Raúl al borde del área, el balón rebota en un rival, pero llega a Savio, que lanza, Laínez rechaza y Raúl empuja. Árbitro: Iturralde. Mostró tarjeta amarilla a Morientes, Sundgren, Galleti, José Ignacio. Unos 70.000 espectadores en el Santiago Bernabéu. Partido de vuelta de la Supercopa. Campeón, el Real Madrid por un global de 3-1.
Raúl y Figo, sí. ¿Y Zidane? Zidane, no. O no del todo. Fue un extraño en el Bernabéu, un extraño aún en el equipo. Mejor ubicado, con más metros que recorrer y más gente a la que buscar por delante y por los costados, pero sin la influencia en el juego que se espera del francés. Aún cohibido, aún incomprendido, sin acertar a medir la velocidad de uno y el recorrido del otro. Dejó dos pases deliciosos al primer toque, intentó el disparo... Pero le queda, le queda.
Del Bosque le regaló al Madrid otro dibujo. En realidad, se lo regaló a Zidane. Pero el gran beneficiado fue el equipo. Y especialmente Raúl, el que nunca pide nada, el que se adapta a todo, que funciona mejor como segundo delantero, sin las obligaciones del punta-punta, con la libertad para moverse a su aire y aparecer por donde le guíe su instinto. La variante táctica consistió en jugar sin centrocampista por la izquierda. Es decir, en dejar fuera a Solari y, a cambio, introducir un delantero centro, Morientes. En entregarle todos los metros de la banda izquierda a Roberto Carlos y juntar por el centro a Zidane y Raúl, el francés por detrás del español.
Txetxu Rojo contestó con una superpoblación del centro del campo (cinco jugadores), mucho orden y un principio tan viejo como rotundo: que el balón no pase, pero sobre todo que no pase el jugador. La triple fórmula le impidió al Madrid gozar de un trámite cómodo, pero le entregó en bandeja la pelota. Y ni siquiera le obligó a andar despierto para evitarse sorpresas desagradables al contragolpe. Cuando el Zaragoza dispuso del balón, lo intentó dormir de lado a lado, sin ninguna profundidad. Y así, la soledad de Jamelli resultó muy poca cosa para sacar los colores a la célebre pareja de centrales, uno de los principales puntos negros del equipo. Sólo alguna incursión de Galleti aprovechándose del trabajo que se le acumulaba a Roberto Carlos y poco más. El Zaragoza llegó sólo a no dejar hacer.
Al Madrid le costó digerir el tosco y difícil entramado que le preparó el rival. En la primera mitad, sólo pudo hacerlo a base de corazón. De excesivo corazón. Tanto que le sobraba precipitación. Con todo, las ganas de Figo por asomarse, por devolverle quizá a Esquerdinha las raciones de agobios que le dedicó en la ida, y, sobre todo, la licencia de Raúl para moverse a su antojo, alcanzaron para construir media docena de buenas acciones. Que no llegaban, eso sí, a inquietar demasiado al Zaragoza. Jugaban con fuego los maños, pero se les veía muy serenos en su papel. Y también, claro, sin posibilidad alguna. Porque el 0-0, aunque no lo pareciera por su actitud, les condenaba.
El plan del Zaragoza resultó un fracasó. Pese a la masiva presencia de centrocampistas, esa zona clave del campo fue siempre del Madrid. Flavio y Makelele funcionaron como pareja y no admitieron discusión alguna en su territorio. Recuperaban la pelota y no se complicaban la vida. Se la entregaban enseguida a los que teóricamente más saben. Un guiño de coherencia que le vino bien al Madrid.
Lo mejor de los blancos llegó en la segunda parte, cuando su fútbol se cargó de profundidad y llegadas por banda, cuando el Zaragoza se dejó de milongas y se tumbó descaradamente atrás. Sin las nocivas urgencias que generan los resultados negativos, supo el Madrid vivir el partido con paciencia, sin perder la cabeza. Así que fue creciendo poco a poco, doblando por pura insistencia el planteamiento sin ambición de su rival. Y hasta Zidane amagó con agrandarse en ese tramo. Pero fue justo cuando el francés pidió el cambio agarrándose el muslo, cuando el Madrid descorchó su goleada. Pura casualidad, sin duda.
El caso es que se fue Zidane, y Raúl, el que nunca pide nada, el que se adapta a todo, metió tres goles. Y eso sí que no es casual. Eso es la costumbre, casi la ley.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 23 de agosto de 2001