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JAVIER SAVIOLA | El jugador del futuro

El 'pibito' de los vasos de leche

Javier Saviola (Buenos Aires, 1981) es la nueva apuesta del Barça para desafiar la supremacía del Real Madrid de Zinedine Zidane

Huérfano tras dos temporadas vacías, cansado de decepciones (Van Gaal), desengaños (Figo) y de la eterna historia de amor-desamor con Rivaldo, el Barcelona tiene puesta toda su esperanza, toda su ilusión en un niño de 19 años, con cara de pillo, y de apenas 60 kilos de peso y 1,68 metros de estatura, que no para de beber en el vestuario del Camp Nou litros y litros de leche. Justo igual que cuando tenía diez años y peloteaba como una ardilla con los juveniles del River: la abuela de Saviolita acudía al ensayo y le llevaba un vaso de leche. El partidillo no se reanudaba hasta que el niño apuraba la taza y se relamía los labios pintados de blanco. No ha pasado tanto tiempo desde entonces: el mismo desde que el Barça alcanzó su sueño ganando la Copa de Europa, elevada ya a una Ítaca de la mitología azulgrana.

¡Qué raro! Los hinchas decían mi apellido como un grito de guerra

'Chuta tan rápido como Hugo Sánchez', decía un veterano miembro del vestuario

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Pero Saviola, Saviolita, se ha hecho ya lo suficientemente mayor como para dejar Buenos Aires, cruzar el Atlántico y seducir a una afición tan consciente de la relación mercantil, de supervivencia y sin ángel que mantiene con Rivaldo como ansiosa por fabricar un nuevo mito. Presionado por el pase de Zidane al Madrid, el presidente Joan Gaspart, que vio tambalearse su sillón en el tránsito hacia la Liga de Campeones, rebuscó en una caja medio vacía —los 4.890 millones se pagarán a plazos— para reanimar la maltrecha ilusión culé.

Un mar de banderas azulgrana, cámaras, cables, micros, empujones, bolígrafos y libretas en blanco. Era final de julio y los hinchas recibieron en el aeropuerto a ese niño con cara inocente como un pequeño dios. "¡Saviolaaaaa, Saviolaaaaa!". El jugador asomó la cabeza y, estupefacto, vio a tanta gente que buscó refugio. "!Qué raro!", confesaría luego al diario Olé. "Dicen mi apellido de una manera que parece un grito de guerra". Su sensación quizá no fue errónea: Saviola, sin haber pisado el Camp Nou, se había convertido ya en un orgulloso estandarte para desafiar la supremacía que se le supone al Madrid de Zidane. TV3, que este invierno se rendía a la nostalgia emitiendo los viernes por la noche partidos del Dream Team, había informado al detalle de Saviola. Todo con el pibito ha sido mediático: se retransmitió su llegada a Barcelona y su triunfo en el Mundial sub-20: campeón y balón y bota de oro por sus 11 goles.

Su éxito causó tanto alborozo en Barcelona como desazón en la afición del River, frustrada por haber podido disfrutar del delantero sólo tres años, los que van desde que Saviola llegó tarde a casa, en el barrio del Bajo Belgrano, una noche de octubre de 1998, cuando supo que el técnico, Ramón Díaz, le había citado para viajar con el primer equipo. Tenía 16 años y un tremendo susto en el cuerpo: eso no le arredró porque debutó ante el Gimnasia de Jujuy y marcó un gol antológico. Se quedó ya entre los grandes para meter 58 goles en 122 partidos y ganar el trofeo de Apertura (1999) y el de Clausura (2000). Más que ídolo del River, Saviola, el conejo, es ya patrimonio del fútbol de su país, entronizado por Maradona —"se me pone la piel de gallina al verle jugar"— y hasta elogiado por su talento y humildad por los hinchas del Boca.

Y, desde ahí, al cielo. Tras un año de dilatadas y tortuosas negociaciones, Saviola firmó y recibió el trato de de un divo de la prensa del corazón. Todo se supo: sus vacaciones en el Caribe con Sol, su novia, y su fin de semana en la Cerdanya, antes de la presentación el 24 de julio. Nada es lo que parece: temía que el vestuario tirase de trajes Armani y Versace y suspiró aliviado cuando vio a jóvenes bronceados, con bermudas y muchos con pinta de centroeuropeos. "¡Hola, coneeeeejo!". Fue eso lo primero que oyó. El espontáneo saludo de Kluivert. Y los miedos se desvanecieron.

La pretemporada en Nyon fue tan tranquila —el club temía un acoso similar al que sufría a pocos kilómetros Zidane— como prometedora. Saviola debutó con dos goles ante el Chénois y dejó otros dos ante el Grasshopppers. Uno de ellos, de pillo, y el otro, de volea. Espectacular. Imparable. "Chuta tan rápido como Hugo Sánchez", decía un veterano del vestuario. Pero la ilusión sufrió un brusco frenazo: la madrugada del día 2 recibió una dolorosa llamada desde Buenos Aires. Su padre, enfermo terminal de cáncer, había empeorado súbitamente. El pibito hizo las maletas para acompañar a su padre en su agonía. Cacho, como así le llamaban, falleció el día 7, la víspera de la cita ante el Wisla en Cracovia. Rivaldo le dedicó tres goles (3-4).

Y, ahora, con el dolor a cuestas, a empezar una nueva vida. Vive en una casa en Valldoreix, junto a Mary, su madre, tutelado por su agente, Alfredo Cabrera, y un grupo de amigos: Facundo (hijo de Cabrera), Pablo (hijo de Leopoldo Hinjós, abogado del club) y Francesc (hijo del vicepresidente Francesc Closa, primo de Gaspart). Sus compañeros Xavi, Gabri y Puyol, veinteañeros como él, echan el resto. "Es un chico tan normal que no tiene nada de extraordinario", explica Paco Seirulo, el preparador físico. Amable y educado —"por favor, avisáme cuando llegue mi mamá, que le quiero enseñar el Camp Nou", le dijo tras un ensayo a un empleado del club— Saviola observa y observa. Tanto como la afición del Barça le mira a él.

Calibrando si podrá convivir con el dolor y adaptarse a un nuevo club, a un nueva ciudad, a un nuevo país. Y, sobre todo, si controlará la voracidad del entorno culé. Y, mientras, él, ocupando la taquilla de Guardiola —no por nada: es porque colinda con la de los utilleros y en eso mandan ellos— mira y sigue bebiendo, como un niño grande, litros de leche sin olvidar marcar un gol— "Para vos, Papi"—, decía su camiseta— en el Gamper.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 23 de agosto de 2001