Un astro del fútbol brasileño acaba de declarar, al llegar al caótico aeropuerto de Barajas, que se siente orgulloso de ocupar plaza de extranjero. Por desgracia, muy señor mío, éste no es el problema. El problema son los extranjeros que ocupan plaza de español. Dando muestras de una debilidad que avergüenza a los que lucharon y murieron por los valores patrios, nuestras autoridades han ido doblegándose de un modo increíble a unos flujos migratorios que corrompen los principios básicos que deberían regir el futuro de eso que los acomplejados denominan Estado español y que los bien nacidos llamamos España sin que nos duelan prendas. En nombre de la apertura de fronteras y de un europeísmo que es coartada para chanchullos y trampantojos, se diluye la otrora sagrada identidad española. Aparte del fútbol, son muchos los ámbitos de nuestra realidad diaria en los que, incomprensiblemente, hemos ido cediendo al relumbrón foráneo. Hoy, Gento sería suplente de cualquier brasileño del montón, Manolete sería monosabio de una matadora colombiana y Marifé de Triana haría los coros de una de esas escuchimizadas petardas de importación tan de moda entre los jóvenes. Incluso en las casas de lenocinio impera esta fiebre extranjerista. Allí dónde antaño recibían pulcras españolas, que hacían la señal de la cruz antes de atender a su clientela formada por futuros notarios o boticarios, abunda una suerte de tropa multirracial que, esquivando los mínimos controles sanitarios, ejerce sin formación profesional alguna el más viejo oficio del mundo. Ahora, el tradicional '¡Niñas, al salón!' hay que vocearlo en ucraniano, portugués o senegalés sin que, por lo visto, el Instituto Cervantes tenga previsto tomar cartas en el asunto. Por si eso fuera poco, tenemos que importar soldados extranjeros, ¡cómo si el Ejército español fuera el F C Barcelona! Se está perdiendo la prosperidad y el orden por los que tantos luchamos, incluso contra los extranjeros que, en nombre del internacionalismo rojo, formaron unas brigadas que intentaban limpiar España de auténticos patriotas para convertirla en sucursal del bolchevismo puro y duro. ¡Si hasta nuestro ministro de Asuntos Exteriores, de un Gobierno teóricamente de derechas, fue del mismo partido que los asesinos de Paracuellos! Y eso que ganamos la guerra. Que si
la llegamos a perder...
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 24 de agosto de 2001