Juanma Pérez se sentó en su cama de la residencia de Getafe. Estaba solo en la habitación, en estado de shock. Casi podía tocar la otra cama, donde había dormido Sebas la noche del viernes. Allí durmió antes de marcharse a Villarreal, para compartir con su familia el fin de semana libre. El sábado, sobre la media noche, mandó un mensaje al móvil de Juanma. Un mensaje escrito junto al mar, metido en la movida de Benicassim: 'Me lo estoy pasando de puta madre'.
Las siete palabras fueron la última señal de vida de Sebastián Gómez Garrido, Sebas, a su amigo y compañero de cuarto, el sevillano Juanma Pérez. A la mañana siguiente, Juanma recibió otra llamada de un compañero: 'Un loco ha matado a Sebas'.
'Estoy frente a su cama', decía Juanma; 'y no me puedo creer lo que ha pasado. Me cuesta tragarme una cosa así porque Sebas era incapaz de meterse en líos, no le gustaba beber y es imposible relacionarlo con las drogas. Le conocía desde hace un mes y medio y me ha bastado para considerarlo mi amigo. Era generoso, siempre estaba dispuesto a echarte una mano, era solícito de alma y le hacía ilusión que sus padres le vinieran a ver jugar aquí a Madrid. También intentaba olvidar a una novia que había tenido en Getafe, una historia que acabó mal. Se sentía libre para irse a su tierra y salir con sus amigos'.
El entrenador, Felines, el secretario técnico del Getafe, José Luis Hernández, y sus compañeros de equipo coinciden: Sebas era un tipo imponente, de fachada intimidatoria y fondo amable. 'Éste tiene que ser un animal', pensó Juanma cuando le vio por primera vez. 'Medía un metro noventa y dos, le veías tan grande que asustaba', comenta Felines, su técnico. 'Era un gorila', ratifica Hernández; 'un hombre de aspecto feroz que luego se descubría como una buenísima persona, tierna, súper humano y muy sencillo'.
'Tenía una ilusión tremenda porque a sus 26 años era uno de los mayores de la plantilla', comenta Felines; 'y los demás le veían como el hermano mayor. Era fijo en el once y a pesar de su aspecto era un central sin ninguna malicia. En el campo no daba ni una patada'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 27 de agosto de 2001