Toda la propaganda de las páginas amarillas descansa sobre la eficacia y la seguridad que ofrecen al usuario. Nuestra experiencia es que más bien pueden servir de patente de corso.
Dos veces las hemos utilizado por una avería en un sincronizador para recepción por satélite. La primera vino un rumano muy voluntarioso, que no logró repararlo. La segunda llamamos a otra empresa, porque además la avería produjo un cortocircuito y la tele quedó fuera de uso. Para ambas cosas vino un técnico que presupuestó 53.000 pesetas por los arreglos. Ajustó el enchufe de la antena con el destornillador en tres minutos y dijo, entonces, que el sincronizador no tenía arreglo. Medía dos metros y exigió el importe de la factura, que con el IVA se fue a las 62.387 pesetas.
Al llamar a reclamar a la empresa, la telefonista nos informó de que la administración de la firma no tenía atención al público. ¡Ah! Y luego comprobamos además que el supuesto técnico nos había dejado roto el enchufe de las antenas que había manipulado. Nueva reclamación inútil. Reflexión final: ¿Qué son empresas como ésta? ¿Qué garantía ofrecen las páginas amarillas? ¿Cómo contrarrestar semejantes abusos?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 30 de agosto de 2001